Si aún no has leído 50 Sombras de Grey seguramente habrás escuchado por lo menos que se trata de una novela romántica con tintes sadomasoquistas o al menos eso es lo que su autora, E. L. James, pretendía. James nunca imaginó que su novela se convertiría rápidamente en un éxito de ventas encontrando su mercado en las mujeres casadas mayores de 30 años con hijos. En Norteamérica rápidamente se le ha denominado a su trilogía “Pornografía para madres”.
La primera parte, con la que comienza este romance insufrible entre la torpe e insegura Anastasia Steel y el guapo multimillonario Christian Grey, me hizo sentir incómoda y francamente asqueada con la enfermiza relación entre ambos. No me refiero a las escenas de sexo explícito y juguetes sexuales sino al abuso psicológico al que Ana es sometida. Lo peor es que ella se enamora perdidamente de Grey y toda su vida se ve alterada drásticamente. De pronto sus aspiraciones profesionales no parecen tan importantes, cada hombre en su vida es visto como una amenaza por su inestable novio e incluso su forma de vestir y comportarse debe amoldarse a su nueva relación.
Sin embargo, hacia la mitad del libro comencé a sospechar que yo también era sadomasoquista y no me refiero a sexo con esposas y látigos. Por mucho que me molestaran los personajes y la historia no podía dejar de leer. Me enojaba cada vez que la protagonista pedía perdón aunque no hubiera hecho nada malo y lo peor es que esto es en casi todas las páginas. Me enfurecía la manipulación de Grey y la inseguridad de Ana. De hecho, parecería que lo único que no encuentro objetable del libro son las escenas de sexo y, aun así, seguía leyendo ansiando el final. Creí que lo que quería era terminar mi sufrimiento pero tristemente reconozco que realmente quería saber qué sería de los personajes.
Una de las reglas más importantes al crear personajes es lograr que el público se identifique con ellos para bien o para mal, que el lector se interese por saber qué sucederá con ellos, en pocas palabras que los odien o que los amen pero que sientan algo por ellos. Esto fue exactamente lo que me sucedió con Anastasia y Christian, los considero molestos, dramáticos, exagerados y con tantos traumas que creo que ni siquiera Freud o Jung podrían salvarlos de sí mismos.
A pesar de todo, leí la segunda parte, 50 sombras más oscuras. Por alguna extraña razón creí, o esperé, encontrar más substancia, algo que justificara lo sucedido en el primer libro y que demostrara lo equivocada que estaba al juzgarlo tan duramente pero no fue así. Esta continuación utiliza la misma fórmula de celos, sexo, posesión, peleas y manipulaciones en situaciones que nos recuerdan en todo momento la inmensa fortuna de Christian.
Se agregan un par de personajes nuevos y giros en la trama que parecen irse tan rápido como llegan. La autora nos cuenta un poco más sobre el pasado de Grey intentando buscar nuestra compasión pero a la única que convence es a Anastasia quién ahora vive completamente dedicada a que su novio sea feliz aunque en el proceso ella deba vivir con los nervios destrozados.
En esta segunda entrega hubo otro cambio importante, los “lo siento” y “¿estás enojado?” fueron substituidos en su mayoría por “No me dejes” y “soy tuya”. Incluso Christian dejó ver su lado más sensible y las páginas derramaban tanta miel que por un momento creí que sería atacada por abejas. Incluso las escenas de sexo comenzaban a ponerse tediosas, aplaudo que la autora promueva el sexo seguro pero no podía leer ni una vez más sobre condones saliendo de su empaque.
Todas estas razones me llevan a creer que, efectivamente, tengo algo de sadomasoquista, no sólo por seguir leyendo estos libros que tanto me molestan sino porque insisto en platicar acerca de ellos. Tal vez esa sea la enseñanza que me está dejando esta trilogía, a través del dolor y el sufrimiento podemos descubrir aspectos de nuestra personalidad que no sabíamos existían. Así como Ana descubrió que el dolor podía traerle placer, quizás yo haya aprendido que puedo disfrutar enormemente de un libro que no me enorgullezco de haber leído. Y, como buena sadomasoquista, leeré la última parte y estoy segura que la encontraré igualmente molesta y perturbadora y me va a encantar odiarla.
La imagen utilizada es propiedad de la Editorial.
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