lunes, 24 de febrero de 2014

De bajo voltaje


Se dice que todo depende del cristal con que se mire y este recurso, bien empleado, puede hacer que cualquier persona o suceso parezca algo completamente diferente a la realidad. Por ejemplo, las campañas políticas quieren hacer creer a las personas que los candidatos son seres humanos nobles y que se preocupan por el bienestar de los demás. Habrá unos cuantos que se crean estos cuentos a pesar de que la historia evidencia lo contrario.
Los publicistas exitosos son aquellos que convencen a los clientes potenciales que deben preferir una marca sobre otra o que ciertos productos y servicios son necesidades básicas, necesidades que el público nunca supo que tenía hasta que salieron los anuncios. Viéndolo fríamente, todos somos productos y tenemos que vendernos diariamente, debemos lograr que las personas nos vean con el cristal que más nos convenga.
No se trata de ser falsos y pretender ser algo o alguien más sino que a diario nos adaptamos para “promocionarnos” de diferentes maneras. Nos vestimos con la ropa correcta para ser considerados para un trabajo, nos comportamos de la mejor manera para agradar a nuestros suegros y sonreímos a la cajera del centro de autoservicio a pesar de haber tenido un día pesado. No es hipocresía, simplemente es mostrarle al mundo nuestra mejor cara. De la misma manera, es fácil lograr que nos vean de manera negativa, intencionalmente o no.
Muchas personas, a través de la historia, han sido juzgadas por las palabras ajenas. Desde los chismes del pueblo hasta los decretos oficiales, las personas tienden a aceptar lo que se dice de los demás y con el tiempo se convencen de que sus opiniones son propias, no que fueron implantadas en sus cabezas por las palabras de alguien más. Si un hombre de opinión respetada elogiaba la virtud de alguna mujer entonces la mayoría de los hombres opinaba lo mismo sólo porque alguien de peso había hablado. Si el mismo hombre acusaba a alguna mujer de libertina entonces era repudiada por todos porque ¿cómo creer que un hombre tan honorable pueda decir mentiras?
En la antigüedad, las brujas, vampiros y hombres lobo eran seres abominables, temibles. Todos les temían y repudiaban porque se contaba que estos monstruos eran malignos y despiadados. Pero unos cuantos siglos después estas criaturas son consideradas atractivas, sensuales y seductoras. Los escritores lograron dar un giro completo a la idea que se tenía de estos seres y convencieron a millones de lectores del enorme potencial que tienen como compañeros de cama. Incluso las preadolescentes cayeron bajo el encantador embrujo de las criaturas que antes eran consideradas escalofriantes.
Es relativamente fácil hacer que los vampiros y los hombres lobo sean sensuales pero hay toda una legión de monstruos que requieren mucho más ingenio para ser atractivos. La película Yo, Frankenstein, estelarizada por Aaron Eckhart, lo logró al demostrar que incluso una monstruosa criatura parchada, torpe y que habla con gruñidos puede evolucionar hasta convertirse en un hombre sensual cuyas cicatrices lo hacen ver seductoramente peligroso y su elocuencia denota que es un hombre de mundo.
No es broma ni estoy exagerando, esta película basada en la novela gráfica de Kevin Grevioux, nos muestra a la creación de Víctor Frankenstein 200 años después de que éste falleciera durante su persecución. Adam, cómo se le llama ahora a este monstruo salido de la pluma de Mary Shelley, se ve envuelto en una guerra milenaria entre el bien y el mal a pesar de que él no podría estar menos interesado en ella.
Su desinterés no le ayuda en nada ya que Adam resulta ser la pieza clave de los planes de los demonios para apoderarse del mundo y las gárgolas, defensores del bien, harán todo lo posible por impedir que el mal gane. Adam, sin quererla ni tenerla, se encuentra justo en medio de la refriega con ambos bandos peleando por él y a todo esto se le suma una guapa científica con debilidad por los hombres vueltos a la vida por medio de la electricidad.
La propuesta de la película es interesante, más de lo que en realidad es ya que se quedó corta. Dejemos de lado que es un poco desconcertante ver a Adam caminando por las calles como un hombre cualquiera que ni siquiera llama la atención, lo verdaderamente extraño es que el típico Frankenstein de cabeza cuadrada, piel verde y tornillos en el cuello sea ahora una especie de súper héroe con ágiles movimientos que nos hacen olvidar por completo los pasos lentos y pesados de los zapatos de plataforma que caracterizan al personaje clásico.
Al parecer los siglos le han sentado bien a Adam y sus cicatrices se han desvanecido lo suficiente como para no resultar grotescas y al verlo sin camisa notamos que Víctor Frankenstein utilizó retazos de los cuerpos más atléticos que encontró en el cementerio para armar su experimento.
Lo ideal es ver esta película sin pensar mucho en el clásico porque entonces nada tendría sentido. Las secuencias de acción son buenas pero no lo suficiente como para competir con las de The Avengers. La trama es buena pero los personajes carecen de profundidad, los malos no parecen tan malos y los buenos no parecen tan buenos. Yo, Frankenstein, está bien para pasar el rato pero el experimento no fue exitoso. El final queda lo suficientemente abierto como para justificar una secuela pero no creo que las ventas en taquilla logren que una segunda parte cobre vida.
La imagen utilizada es el póster oficial de la película y es propiedad de la productora.

Un club para unos cuantos

 
Cuando vi Indiana Jones y los cazadores del arca perdida creí que no había nada más emocionante que ser arqueóloga, al ver la primera entrega de Star Wars me imaginé viajando al espacio y con Top Gun me pareció que no había nada más genial que volar aviones. Ahora me doy cuenta que la arqueología tiene más que ver con papeleo y burocracia que con correr aventuras mientras se rescatan reliquias de las manos equivocadas, que un astronauta no se la pasa en cantinas espaciales conviviendo con alienígenas y que el ser piloto de aviones militares significa que puedes ser enviado a la guerra en cualquier momento.
Es fácil dejarse llevar por lo que vemos en la pantalla grande o lo que encontramos entre las páginas de los libros, disfrutamos de grandes aventuras con carismáticos y valientes personajes cuyas vidas, en comparación a las nuestras, son muy emocionantes. Hay historias y personajes con los que muchos fantaseamos pero la realidad es que, si se nos diera la oportunidad de vivir alguna de esas vidas nos daríamos cuenta que no todo es color de rosa.
James Bond es una típica fantasía masculina, es carismático, sofisticado, inteligente, viaja por todo el mundo y se lleva a la cama a las chicas más guapas ¿qué hombre no quisiera estar en sus zapatos? Estaría bien por un rato pero eventualmente tendría que esquivar disparos, saltar de un avión sin paracaídas o aventarse al mar antes de que la bomba en el yate explote. Difícilmente Bond podría tomarse el tiempo para tomar unas cervezas con los amigos y ver un partido de futbol y de entre todas las mujeres que se ha ligado alguna tendría que ser lo suficientemente acosadora como para poner nervioso incluso al mismísimo agente 007.
Vestidos largos, suntuosos bailes y carruajes tirados por caballos son algunos de los elementos típicos de las novelas románticas históricas ¿qué mujer no ha soñado con vivir un romance apasionado con uno de estos caballeros de siglos pasados? Suena bien pero la realidad es que ser mujer en esos tiempos debió ser una verdadera pesadilla, sin prospectos de trabajo, sin derecho siquiera a heredar o poseer propiedades y eso sin mencionar lo fácil que era perder la reputación simplemente por ser vista con un hombre sin chaperón. Pocas mujeres podían aspirar a una buena educación y los matrimonios arreglados eran muy comunes.
Es muy fácil idealizar las cosas, las situaciones e incluso a las personas y aunque el fantasear es saludable hasta cierto punto siempre debemos tener los pies sobre la tierra. La realidad es que todo debe tener cierta dosis de caos para que funcione, en la vida real la historia no termina con “y vivieron felices para siempre”, por el contrario, la verdadera aventura comienza ya que la pareja cabalgó hacia el horizonte proclamando su amor. Ya tuvieron su fantasía y ahora deben vivir en el mundo real.
A pesar de esto, si las circunstancias nos llevaran de pronto a encontrarnos en medio de una aventura que pareciera salida de nuestro libro favorito, sería difícil rehusarse a vivir la fantasía. Por más que razonemos que en el mundo real no todo sale sin contratiempos, no imagino a ningún amante de la lectura dejando pasar la oportunidad de seguir de cerca a sus personajes favoritos, aunque resulte un poco peligroso. Esto es precisamente lo que le sucedió a Lucas Corso, el protagonista de El Club Dumas, escrito por Arturo Pérez-Reverte.
La historia comienza con un aparente suicidio y un manuscrito de Dumas cuya autenticidad está en duda. Corso es el cazador de libros que recibe el encargo de averiguarlo. Al mismo tiempo recibe un segundo encargo de autenticación, se trata de un misterioso libro del siglo XVII que se supone es un manual para invocar al diablo. Corso se lanza a hacer investigaciones paralelas que lo llevan por Madrid, Sintra, París y Toledo.
Las pesquisas de Corso no parecen ser bien recibidas por muchos y no tardan en surgir antagónicos que recuerdan vagamente a personajes de novelas de Dumas. Lo que al principio parecían similitudes exacerbadas por la admiración de Corso por la obra de Dumas, conforme avanza la trama, se convierten en cuasi representaciones de pasajes de Dumas, incluso la apariencia física de aquellos que parecen ser enemigos de Corso parecen corresponder a las descripciones de ciertos personajes de Los Tres Mosqueteros
Corso no se deja amedrentar y continúa su investigación entrevistándose con toda clase de peculiares personajes pero cada respuesta obtenida sólo parece generar más preguntas. La historia continúa llena de pistas, acertijos y sospechas que confunden incluso al erudito Corso. El libro está plagado de referencias literarias que se agradecen, desde personajes de Agatha Christie hasta pasajes de Shakespeare, Corso parece tener una referencia literaria para cada momento de su vida.
Hasta aquí el libro va bien pero se vuelve un poco cansado el que no se nos arroje siquiera una migaja de revelaciones. No ayuda tampoco la aparición de una hermosa y misteriosa mujer que parece saber exactamente qué está sucediendo pero que no tiene intenciones de revelar nada. Resulta incomprensible el que Corso confíe en ella a pesar de que se rehúse a decirle siquiera su verdadero nombre.
Soy fan de Pérez-Reverte y aunque comprendo lo que quiso hacer en este libro tengo que admitir que no me gustó del todo. Creo que algunas cosas pudieron manejarse de otra manera. Las revelaciones finales, debo reconocer, no las vi venir pero la explicación no tenía mucho sentido y mucho de lo sucedido no tenía razón de ser ya sabiendo la verdad.
El Club Dumas no deja de ser un buen libro que cumple el cometido de entretener pero es un poco decepcionante por tratarse de Pérez-Reverte pues ha demostrado de sobra que es un magnífico autor capaz de crear obras maravillosas. Me parece que la historia fue un tanto autocomplaciente y que pudo dar mucho más si el autor se hubiera permitido fantasear en grande. El Club Dumas prometía más de lo que realmente entregó.
La imagen utilizada es propiedad de la Editorial.
 

lunes, 10 de febrero de 2014

¿En dónde quedó la pasión?

 
Es innegable el atractivo de los vampiros, por lo menos para las mujeres porque parece que la mayoría de los hombres no comprende cómo es que el género femenino encuentra tan seductor a un ser de cientos de años que bebe sangre. Ellos sólo ven las generalidades pero nosotras vemos los pequeños detalles que sabemos harían de cualquier vampiro un compañero ideal.
Supongo que, al acumular conocimientos durante siglos, los vampiros rara vez se quedarían sin tema de conversación. Por haber viajado por todo el mundo serían hombres sofisticados, cultos e interesantes. Después de haberse llevado cientos o quizás miles de mujeres a sus camas es de esperar que hayan perfeccionado sus técnicas hasta convertirse en magníficos amantes. Un vampiro, en teoría, sería una gran opción para una mujer que esté dispuesta a ver más allá de su condición física de chupasangre.
Se podría pensar que las escritoras que tienen predilección por el tema de los vampiros son las culpables de que hoy en día estos seres sean más deseados que temidos pero no es así. Bram Stoker creó un personaje tan sensual como escalofriante, el Conde Drácula poseía un magnetismo animal que cautivó a más de una mujer. Sheridan Le Fanu se adelantó a su época con Carmilla, la seductora vampira cuyos colmillos hubieran sido recibidos de muy buena gana en los cuellos de muchos hombres y también mujeres. Incluso la interpretación magistral de Drácula por Bela Lugosi debió mucho de su éxito a la sensualidad que reflejaba.
Las fantasías con los vampiros no son tan recientes como se cree ni son producto de la imaginación de mujeres solitarias que desearían un poco de acción. Desde las leyendas y cuentos antiguos de estos seres se alcanzaban a adivinar ciertas sugerencias de índole sexual que supuestamente hacía que fueran más temidos pero no dudo que, incluso en esas épocas ya había un número creciente de admiradores que fantaseaban con encuentros sexuales con estas criaturas.
He leído muchas novelas románticas con vampiros como protagonistas, unas muy buenas y otras tan ridículas que hacen que la idea de verme atacada por un vampiro no parece tan mala si con eso evito seguir leyendo. Pero en general son entretenidas y resultan lecturas ideales para una tarde sin quehacer o en el trayecto de un viaje.
Cuando creí que ya nada podía sorprenderme, en lo que a este género respecta, me topé con el libro Drácula Pasional escrito por Nancy Kilpatrick. Ya he leído otras reinvenciones de Drácula de Bram Stoker, algunas con buenos resultados como Tierra de vampiros de John Marks y otras que harían que Vlad Teppes se muriera nuevamente de la vergüenza. Ya que había leído comentarios positivos sobre Kilpatrick decidí darle una oportunidad.
Lamento informar que cometí un grave error, lo que prometía ser una novela erótica en la que por fin veríamos a Mina y a Drácula entregarse a la pasión resultó ser una mescolanza de fetichismos en un “todos contra todos” que tenía de todo menos seducción. El libro sigue la trama del escrito por Bram Stoker pero con la diferencia de que todos los personajes que salen en ella son adictos al sadomasoquismo. Desde las concubinas de Drácula hasta el patético Renfield.
Cabe mencionar que, aunque la autora intentó darle otra dimensión, el personaje de Jonathan Harker es tan insípido como en la historia original. Mina es una falsa santurrona que ya había experimentado en el pasado con su amiga Lucy así que no es de sorprender que no se requiriera de mucha labor de convencimiento para que se entregara a nuevas prácticas con ella y con todo aquel que le expresara su interés.
Los fans de 50 Sombras de Grey tacharon a sus detractores de tener mentes estrechas y ser puritanos pero tanto en esa trilogía como en este libro escrito por Kilpatrick, el problema no tiene nada qué ver con la moralidad ni con las preferencias. En Drácula pasional la relación entre los personajes es vacía y predecible. La historia se resumió tanto que terminó por ser una trama simple y poco interesante. Kilpatrick incluso logró hacer que Van Helsing se viera como un hombre que podía ser dominado fácilmente. Nada quedó del incansable caza vampiros que mantenía la cabeza fría.
Las escenas eróticas comenzaban bien pero pronto se volvían tediosas al convertirse en página tras página de azotes que, en palabras de la autora “dolían tanto que el placer era insoportable”. Comprendo y respeto las preferencias y prácticas de las personas pero en lo que a mí respecta, no me parece que una paliza sea seductora. Quizás ese fue el problema, el libro no debió llevar la palabra “pasión” en el título, quizás si se hubiera llamado Drácula intenso o Drácula sado no me habría decepcionado. Habría sabido exactamente qué esperar del libro.
Me gusta la lectura erótica tanto como a cualquiera pero hubiera preferido una verdadera seducción entre los personajes, una pasión desbordante y escenas eróticas en las que el sexo fuera el protagonista, no los instrumentos para golpear ni las funciones corporales que tanto parecen gustarle a Kilpatrick. No es un mal libro, simplemente no fue lo que yo esperaba y estoy segura que a muchos les encantará, siempre y cuando les quede claro que de romance y sensualidad no tiene nada.
Kilpatrick también escribió Frankenstein pasional, el cual tenía planeado adquirir si me gustaba el de Drácula pero sobra decir que no tengo intenciones de leerlo por el momento. Si la autora logró convertir a todos los personajes de Bram Stoker en seres empecinados en pasar cada segundo de su vida azotando o siendo azotados, no quiero ni imaginar lo que habrá hecho con la inocente creación de Víctor Frankenstein.
La imagen utilizada es propiedad de la Editorial.


Una gran manera de aprender historia


¿Por qué hay autores que escriben obras completas en tan sólo unos días y hay otros a los que les toma años terminar una sola? El mérito de una obra no se mide en el tiempo invertido sino en el contenido pero aun así en ocasiones tendemos a creer que una novela de 100 ó 200 páginas es inferior a un ladrillo de 600 páginas o que una historia contemporánea no requirió mayor esfuerzo que una histórica. Estas son nociones preconcebidas que nada tienen que ver con la realidad.
Las novelas de Jane Austen reflejaban perfectamente la sociedad de la época y su estilo es tan vigente ahora como lo fue en el siglo XVIII , no escribió novelas históricas sino contemporáneas y su valor literario es indiscutible. Hoy en día seguimos disfrutando de los escritos de filósofos de la antigua Grecia y de tratados de pensadores del Renacimiento aunque estemos en pleno siglo XXI, a través de sus obras podemos conocer el mundo en el que vivieron.

Me gusta leer todo tipo de libros pero disfruto inmensamente las novelas históricas. Se agradece todo el estudio y la preparación de los autores para lograr una obra bien documentada que no caiga en inexactitudes históricas ni contradicciones absurdas. Tal parece que los autores no tuvieron mucho interés por situar sus obras en épocas antiguas hasta el siglo XVIII cuando hubo un intento por crear este tipo de novela. No fue hasta el XIX que se configuró como género literario debido al grado de investigación que debe llevarse a cabo para mantenerse fiel a la época en que se sitúa el escrito.
En ocasiones los autores se tardan más en documentarse para cuidar cada detalle de su obra que en escribirla. Por supuesto que ahora con el internet es mucho más fácil ya que antes había que buscar la información en bibliotecas públicas y privadas, entrevistar a expertos o descendientes de personajes históricas o incluso visitar los lugares en donde se desarrollarían sus historias. Hoy se puede dar un click y en cuestión de segundos tenemos toda la información necesaria, escrita y gráfica, al alcance de nuestras manos.

Visto de esta manera parecería más fácil pero no es que el problema esté resuelto, la presión al escribir novelas históricas radica en los detalles, en el poco margen de error que se tiene al momento de tomarse licencias creativas. No con esto quiero decir que se limite la creatividad del autor según la época histórica que elija sino que el reto está en crear una obra sin caer en absurdos que revelen su falta de preparación sobre la época que eligió.
Los autores de novela histórica, por lo menos los que valen la pena, no sólo estudian ciertas épocas sino que parecen haber vivido en ellas, sus conocimientos históricos son aprobados incluso por expertos historiadores. Hay numerosos autores dignos de reconocimiento en esta área pero uno de tantos que logró el éxito inmediato con su primera novela gracias a su gran preparación fue el escritor finlandés Mika Waltari.

Sinuhé, el egipcio es la maravillosa novela histórica que hizo famoso a su autor. Este libro nos cuenta la historia de Sinuhé, el médico real durante el reinado del faraón Akenatón en el Antiguo Egipto. El amplio conocimiento de Waltari sobre esta época, aunado a su gran narrativa, dio como resultado un interesante y fluido relato que retrata las costumbres, la ideología y el sentir de los antiguos egipcios.
Sinuhé es un personaje con el que es fácil encariñarse, no sólo por sus orígenes sino por la sinceridad con que siempre se conduce. Se han hecho comparaciones entre Sinuhé y la figura bíblica de Moisés porque ambos fueron colocados en cestas en el río, fueron criados por madres adoptivas y las circunstancias los llevaron a vivir en el exilio durante años.

La verdad es que en el Antiguo Egipto era muy común encontrar niños en cestas en el río. En una época en que un buen número de hombres pasaban largas temporadas lejos de sus familias debido a las guerras, no era de extrañarse que las mujeres tomaran amantes y después debieran deshacerse de las evidencias cuando sus maridos estuvieran por regresar y las cuentas no les salieran. En cuanto al exilio, ya sea obligado o autoimpuesto, es una condición que se viene dando desde el principio de los tiempos.
El excelente trabajo de documentación de Waltari nos permite conocer no sólo la vida ordinaria de Sinuhé y sus conocidos sino el estilo de vida de todas las clases sociales. Los asuntos políticos y religiosos, las profesiones disponibles, los trabajos, las diversiones e incluso los principales procedimientos médicos no sólo de Egipto sino de todas las regiones que Sinuhé recorrió durante su exilio.

Waltari nos muestra a un egipcio con el que cualquiera podría identificarse, un joven sencillo que cuestiona todo lo que le enseñan, que no se deja llevar por supersticiones ni exhibiciones de poder. Un ser humano con sueños, temores, fortalezas y debilidades que lucha por vivir con las cartas que el destino le entregó y por enmendar sus errores.
Sinuhé, el egipcio es un libro que se lee fácil y rápido que nos deja una gran lección, no sólo histórica sino de vida. Un relato muy ameno incluso para aquellos que no tengan mucho interés por el Antiguo Egipto o por la profesión médica. Tiene descripciones militares, prácticas religiosas y sentimentalismo en dosis exactas, quizás por momentos parezca un poco inocente pero es parte de su encanto. Muy recomendable, es uno de esos libros que todos deberían leer por lo menos una vez en su vida.

La imagen utilizada es propiedad de la Editorial.