Huellas digitales, identificación de ADN, rastros epiteliales y un sinfín de evidencias en la escena del crimen permiten apresar al culpable con más rapidez y eficacia que antes. Claro está que debe contarse con la tecnología y los recursos para aplicar las sofisticadas técnicas que, en teoría, facilitan la investigación.
Antiguamente los detectives debían hacer uso de su instinto, confiar en su ingenio, capacidad analítica y poder de observación. Las mentes entrenadas o más desarrolladas para realizar esta labor eran capaces de ver lo que era imperceptible para el ojo común. Analizaban la escena del crimen de manera exhaustiva y entrevistaban a todos los involucrados en busca de alguna pista.
Tal pareciera que hoy en día cualquiera que tenga acceso a los modernos recursos para procesar una escena del crimen podría resolver un misterio sin necesidad de una brillante deducción. Es por eso que los detectives famosos de la literatura siempre tendrán un lugar muy especial y continuarán fascinando por su gran inteligencia y valentía.
Desde Auguste Dupin, creado por Edgar Allan Poe, hasta Hércules Poirot de Agatha Christie, el ingenio de estos detectives, aderezado por un toque de arrogancia bien justificada, todos nos mantienen en ascuas esperando el desenlace, ese momento en el que revelan quién es el culpable y las pistas que los llevaron a descubrirlo.
Quizás el más famoso de estos detectives sea Sherlock Holmes y su inseparable amigo, Watson. Sir Arthur Conan Doyle creó un personaje que intriga y fascina al exhibir sus brillantes dotes para la deducción. Es única la manera en que tras unos segundos de observación es capaz de describir a una persona o situación simplemente al procesar la información rápidamente y llegar a la conclusión lógica. Resulta una contradicción que un personaje cuya vida se regía por la lógica haya sido creado por un hombre cuya creencia en hadas y afición por sesiones espiritistas le hayan valido incluso la burla de sus colegas.
Quizás no resulte tan difícil creer en espíritus que regresan de ultratumba después de leer La Casa de la Seda, escrita por Anthony Horowitz, quien parece canalizar el espíritu de Doyle al mantenerse sorprendentemente fiel a la historia original. Logra una novela llena de suspenso, intriga, deducción, labor investigativa y sospechosos inimaginables que no le pide nada a las escritas por Sir Conan Doyle. Sherlock Holmes y Watson vuelven a impresionarnos en este libro que, no sólo es un homenaje a su creador sino una emocionante novela con valor propio que utiliza recursos de la escritura contemporánea sin salirse de la época Victoriana.
La narrativa de Horowitz nos transmite una sensación casi Hollywoodense en la que podemos imaginar fácilmente su adaptación a la franquicia de Guy Ritchie si él lo quisiera. Las conspiraciones, las persecuciones y los temas a tratar se manejan con una crudeza y dinamismo que no hubiera sido posible, o quizás tan redituable, en una novela del siglo 19.
Numerosos autores han tomado a Sherlock Holmes como inspiración, ya sea para escribir una nueva aventura junto a Watson o crear un nuevo personaje claramente inspirado en el mítico detective pero pocos han logrado una novela tan memorable como La Casa de la Seda. Horowitz deja claro, página tras página, por qué la suya es la primera novela que el Patrimonio de Conan Doyle autoriza y avala oficialmente.
Si ya han visto hasta el cansancio computadoras que buscan huellas digitales en bases de datos y máquinas de laboratorios que procesan ADN, entonces cambien la tecnología por una mente analítica y un instinto inigualable. La Casa de la Seda tiene suficiente misterio y sospechosos de sobra para entretenerlos un buen rato.
La imagen utilizada es propiedad de Kapo Ng / Arthur S. Aubry / Getty Images / 2012 Hachette Book Group. Inc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario