viernes, 12 de julio de 2013

Milagrosamente prohibido


A la mayoría de las mujeres nos gustan las historias de amores imposibles, de complicaciones que separan a amantes condenados a luchar contra todos para estar juntos, de intrigas, conspiraciones y malentendidos que no hacen más que reavivar la pasión entre los protagonistas. Este placer culposo no se debe a que nos guste sufrir y deprimirnos porque dos personas no puedan estar juntas sino a que sabemos que el amor triunfará al final, podemos soportar todos los giros en la trama siempre y cuando sepamos que habrá un final feliz.

Esta simple pero efectiva fórmula ha sido utilizada hasta el cansancio en la literatura, en tv y en el cine y funciona igual para drama que para comedia. Las historias románticas, en su mayoría, comienzan con el momento memorable en que la posible pareja se conoce, ambos se enamoran y después, inevitablemente, las circunstancias los separan. Después sigue un periodo de sufrimiento, quizás un tercero, un cuarto y hasta un quinto en discordia antes de llegar al punto álgido en que los enamorados encuentran su camino de vuelta el uno al otro y viven felices para siempre.

Claro que hay autores que decidieron que un amor no realizado, el morir en los brazos del amante o alguna otra tragedia que separe a los enamorados para siempre son opciones mucho más románticas, intensas y apasionadas que un simple y satisfactorio final feliz. Quizás los amantes desafortunados más famosos de la literatura sean Romeo y Julieta y el trágico y absurdo desenlace de su amor no les resta popularidad entre los románticos empedernidos.

Para encontrar apasionantes historias de amor no tenemos que depender de la inspiración de un escritor o imaginarnos caballeros de brillantes armaduras. La vida real está repleta de historias de amores imposibles y frustrados, de hazañas cometidas en nombre del amor y de amantes que nadan contra corriente para defender su relación. Así siempre ha sido desde tiempos inmemoriales y así será siempre porque está en la naturaleza del ser humano.

Una de estas historias de la vida real es la del monje y pintor italiano Filippo Lippi quien se enamoró, ni más ni menos, que de una joven novicia del convento de Santa Margherita. Laurie Albanese y Laura Morowitz se dieron a la tarea de recopilar estos hechos que están bien documentados, estudiarlos y convertirlos en la novela romántica Los Milagros de Prato. Gran número de los personajes de este libro realmente existieron y otros tantos fueron creados con fines novelescos.

Las autoras hicieron un gran trabajo al recrear el siglo XV en la ciudad de Prato. Sus detalladas descripciones de la vida cotidiana logran situar al lector en el Renacimiento Italiano, desde la vestimenta hasta la comida y los hábitos de aseo personal. Los diálogos entre los personajes son un reflejo fiel de la mentalidad de la época, el modo en que la sociedad percibía a la Iglesia y viceversa. La resignación de las mujeres a una vida de limitaciones y el abuso de poder de los influyentes.

Esta historia parece tenerlo todo, un pintor que, a pesar de ser monje, no se priva de los placeres que encuentra con las mujeres , una joven e inocente novicia cuya belleza siempre ha atraído las miradas lascivas de los hombres, enemigos que quieren separarlos y aliados que arriesgan todo por ayudarlos. Todo esto enmarcado por los complejos problemas sociales, políticos y religiosos de una época de intolerancia y prejuicios.

Esta novela tenía todo para ser una gran historia pero desafortunadamente se quedó corta, por lo menos para los que buscábamos una historia romántica. Las autoras pasan más tiempo describiendo los santos y escenas religiosas que aparecían en los frescos del Filippo que la apasionada relación entre él y la novicia Lucrezia. Albanese y Morowitz parecen más preocupadas porque el lector sepa las horas y días correctos para los rezos dentro del convento y las numerosas celebraciones religiosas en Prato que por detallar el prohibido amorío.

Tal vez las autoras asumieron que un romance entre un monje y una novicia no necesitaba explicación y que aceptaríamos sin más el que Filippo, tras una vida de libertinaje decidiera de la noche a la mañana que arriesgaría sus ingresos como pintor y su reputación por una jovencita inexperta. De igual manera, Lucrezia, quien nunca se nos planteó poseyera ni una pizca de rebeldía accediera a "vivir en pecado" con el fraile sin importarle lo que dijeran de ella.

Hubiera sido más interesante que las autoras ahondaran en estos sentimientos y las circunstancias que llevaron a dos almas tan aparentemente diferentes a unirse y a desafiar los convencionalismos. Ya que inventaron personajes y situaciones tenían todas las oportunidades para hacer de esta una emocionante novela que entusiasmara al lector.

Confieso que a la mitad de Los Milagros de Prato ya ni siquiera me importaba si el amor entre los protagonistas triunfaba, era difícil apasionarse por ellos cuando no mostraban emociones. Si los verdaderos Filippo y Lucrezia hubieran sido como los que se describen en el libro no hubieran llegado ni a pasar una noche juntos. Me decepciona juzgar de esta manera al libro porque soy fan de las novelas románticas históricas pero esta simplemente no me convenció. El verdadero milagro fue leerla hasta el final.

La imagen utilizada es propiedad de la Editorial.
 

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