viernes, 12 de julio de 2013

Igual que hace dos siglos

 
En más de una ocasión me han llamado feminista, no me importaría de no ser porque hay quienes utilizan esa palabra como un insulto. Dependiendo de quién venga y según la situación parece que es una manera elegante de decirle a una mujer que es una necia y que se ofende sin razón por las ventajas y beneficios que obtienen los hombres.

Me queda claro que no todos los hombres piensan así y sería hipócrita de mi parte generalizar ya que mis amistades más queridas y confiables pertenecen al género masculino. Es innegable que hemos avanzado mucho pero también parecemos en ocasiones ir de regreso al pasado, a una época de injusticias y represión.

No me considero feminista sino humanista y no me refiero al movimiento intelectual europeo del Renacimiento sino a la convicción de que todos somos iguales, que lo bueno y lo malo de las personas no depende de su género sino de su calidad como ser humano. Me ofendo igual con injusticias dirigidas a hombres y a mujeres y creo firmemente que los actos deben ser juzgados acorde a la naturaleza de los mismos y no al género del que los comete. Para bien o para mal.

Se habla mucho de la liberación femenina, la importancia de las mujeres en el mundo laboral y su presencia en puestos claves pero ¿por qué los hombres ganan más que las mujeres en los mismos puestos? Se calcula que hay una diferencia de 23% aunque algunos estudios indican que esto se debe a las horas extras de trabajo, que los hombres no tienen problema alguno para hacer viajes de negocios y trabajar a deshoras, por lo tanto se ganan ese ingreso superior. Asumiendo que esa es la verdadera razón de todas maneras seguiría existiendo una diferencia de 8.5%. La única industria en la que la mujer gana indiscutiblemente más que el hombre es en la pornografía.

Afortunadamente este desequilibrio en la balanza parece ir tendiendo a desaparecer aunque muy lentamente. Quizás este proceso podría apresurarse con un cambio de mentalidad, el abandono de prejuicios y el valor para apostar por mujeres que sólo necesitan una oportunidad. Eso resolvería el problema en el ámbito laboral pero ¿qué hay de la sociedad? En pleno siglo XXI sigue existiendo una doble moral en lo que al comportamiento de hombres y mujeres se refiere.

Si un hombre renuncia a su trabajo y viaja por todo el mundo es aventurero, si una mujer lo hace es irresponsable. Si un hombre elige no tener hijos es consciente pero si una mujer lo hace es egoísta. Si un hombre es agresivo en los negocios es admirable porque lucha por lo que quiere, si una mujer se comporta así entonces es tachada de amargada y abusiva, si un hombre se acuesta con muchas mujeres es un galán y su una mujer tiene muchos amantes es una mujerzuela.

Hemos avanzado tan lentamente como sociedad en este aspecto que una novela escrita en 1873 es tan vigente y creíble hoy en día como lo fue en su época. Me refiero a Anna Karenina, la obra del escritor ruso Leo Tolstoy en la que se narra la trágica historia de una mujer de sociedad que se enamora de un hombre que no es su esposo y lo duro que es juzgada por su amorío con él. Reconozco que no he leído la novela pero he visto varias adaptaciones a cine de ella.

La versión que protagonizan Sophie Marceau y Sean Bean es mi favorita pero decidí darle una oportunidad a la nueva adaptación estelarizada por Keira Knightley y Jude Law. Anna Karenina nos muestra la doble moral de la sociedad rusa al juzgar a Anna por su amorío pero no juzgan igual a su amante, el conde Vronsky, todos se mantienen cordial con él y esto le permite continuar con su vida social de manera inalterable. Todos compadecen al pobre esposo traicionado y se horrorizan ante la presencia de Anna quien es considerada una completa desgracia en la sociedad rusa.

La dura postura de sus amistades y conocidos es peor aún por el hecho de que el propio hermano de Anna había atravesado recientemente una situación similar y nadie lo juzgó cruelmente como a ella. Él traicionó a su esposa y nadie se atrevió a hablar mal de él, incluso la misma Anna habló con su cuñada para pedirle que perdonara la pequeña "indiscreción" de su marido y la dejara en el pasado.

Había escuchado que esta nueva versión sería un tanto peculiar por mostrar escenas sobre un escenario pero no tenía idea cómo lo manejaría su director, Joe Wright. La forma en que lo hizo resulta más incómoda que novedosa. El inicio del largometraje es lento y denso, el mostrar la escenografía, la iluminación y el cableado como parte "natural" del entorno puede ser un impedimento para la ambientación y situar al espectador en la Rusia del Siglo XIX.

Por momentos el director parece dejar de lado la idea del escenario pero no tarda en retomarla llegando incluso al extremo de seguir a los protagonistas tras bambalinas y entre los trabajadores para llevarnos a un nuevo escenario. Creo que como experimento es interesante pero hubiera preferido seguir la historia sin que se me recordara constantemente que yo era la espectadora y ellos los actores.

He tenido la fortuna de trabajar tras bambalinas y ser testigo de los cambios de escenografía y de vestuario. He visto a los actores meterse entre las piernas y correr por detrás del ciclorama para situarse del otro lado del escenario. Me he maravillado por la calma de una actriz al confiar completamente en los trabajadores que manejan la voladora y la elevan ante el asombro de los espectadores. Es una gran experiencia pero no una que quiera ver en cine, ahí quiero ver la magia sin ver cómo se hace.

La imagen utilizada es el póster oficial de la película y es propiedad de la productora.

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