La mayoría de las personas no tenemos problema alguno para
mencionar unos cuantos autores reconocidos y ni siquiera es necesario haber
leído sus obras para saber el contenido de sus obras más famosas, cortesía de
las numerosas referencias a ellos en la cultura popular.
Aun así, hay personas que no pusieron atención a estas
referencias o no les interesaron pero, a diferencia de otros tiempos,
encuentran el resumen en internet, memorizan un par de comentarios inteligentes
y ya están armados para opinar sobre el tema en cuestión. Algunos aprenden
sobre literatura y otros sólo aprenden a fingir que son más cultos de lo que en
realidad son.
En América Latina reaccionamos casi en automático
cuando se nos pregunta por autores importantes y mencionamos a García Márquez,
Juan Rulfo, Pablo Neruda y Gabriel Mistral, entre otros. La mayoría de los
autores latinoamericanos más reconocidos nos fueron presentados por nuestros
maestros al ser lecturas obligadas en el plan de estudios. Como adicta a la
lectura confesa, reconozco que disfruté muchos de ellos y sufrí otros tantos.
Desde pequeña comprendí que no debe gustarme la obra de
un autor sólo porque es famoso o ha ganado un premio Nobel. Apoyo completamente
el que se intente inculcar a los niños el hábito de la lectura pero no deberían
forzarlos a creer que deben gustarles ciertos libros sólo por ser de un autor
de renombre. Recuerdo que muchas de las obras que leí me parecieron tediosas,
algunas incluso rayaban en el absurdo y otras estaban tan plagadas de misoginia
que hasta una niña sin malicia comprendía que algo no estaba del todo bien.
Estas lecturas y autores con los que crecimos nos
persiguen hasta la fecha, cada vez que alguien pregunta ¿quién es tu autor
favorito? o ¿qué libro te ha marcado? Inevitablemente nunca falta quien
mencione el material de lectura que se vio obligado a absorber de pequeño y
difícilmente creo que, como adulto, continúe leyendo estos libros una y otra
vez sin conocer nuevos autores. Simplemente hay personas que siguen mencionando
ciertos autores sobrevaluados o mencionados hasta el hartazgo porque quieren
dar la impresión de que son cultos cuando lo único que sus comentarios revelan
es que siguen sin forjarse una opinión propia en lo que a literatura se
refiere.
No quiero decir con esto que los autores de renombre
apestan, en gustos se rompen géneros y lo que algunos consideran brillante
otros lo tachan de patético. Una novela no debe cumplir sólo con las cuestiones
técnicas, su valor reside también en el contenido, el estilo y la habilidad de
atrapar a los lectores. Los premios y reconocimientos son lo de menos, lo que
realmente importa es el alcance que tienen los autores para tocar las vidas de
las personas.
Para los autores norteamericanos no hay mayor
aspiración que escribir algún día “La gran novela americana”, término empleado
para describir lo que pudiera ser la mejor novela de todos los tiempos. Sería
difícil proclamar a un vencedor ya que los requisitos con los que debe cumplir,
aunque claros, se prestan a la subjetividad. Dicha novela debe representar a la
perfección el espíritu americano de alguna época en específico con la
perspectiva del ciudadano americano promedio. No sólo debe dominar el
conocimiento de la época en cuanto a lenguaje, cultura, etc. sino capturar una
experiencia norteamericana única.
La novela que se considera la mayor contrincante para
obtener el título oficial de “La gran novela americana” es El Gran Gatsby, escrita en 1925 por F. Scott Fiztgerald.
Curiosamente, esta novela fue un fracaso en ventas y pronto fue olvidada. No
fue hasta la Segunda Guerra Mundial, que las escuelas adoptaron esta novela
como lectura obligada en el plan de estudios, que resurgió y se convirtió en un
clásico de la literatura americana.
Se han hecho numerosas adaptaciones a cine de esta
novela y la más reciente, protagonizada por Leonardo Dicaprio, Tobey Maguire y
Carey Mulligan fue un buen intento que se quedó a la mitad del camino. El Gran Gatsby nos muestra el lado
obscuro de la alta sociedad de los años veinte. Una época llena de excesos,
algarabía y distinción de clases. Dicaprio es Gatsby, un millonario cuyas
fiestas son legendarias, que tiene un interés en particular por Daisy Buchanan,
prima de Nick Carraway, interpretado por Maguire quien es un escritor fracasado
que se muda al lado de la suntuosa mansión de las fiestas.
El ingenuo Nick no tarda en verse involucrado en la
turbulenta vida de su prima. El creciente afecto y admiración que siente por su
vecino lo lleva a ser el facilitador de un triángulo amoroso cuyo desenlace
trágico se ve venir desde que comienza. Las actuaciones son impecables y el
vestuario nos remonta a los fabulosos años 20. La escenografía es tan exagerada
y deslumbrante que, aunque visualmente emocionante, parece opacar por momentos
a los protagonistas.
En general la película está muy bien hecha y los
diálogos fluyen y no hay momentos tediosos pero los entornos en ocasiones
parecen un tanto caricaturizados. Algo que personalmente considero un error fue
la musicalización, resulta extraño que se cuidaran tantos detalles de
autenticidad para transportarnos en el tiempo sólo para darnos música de Jay Z
en una de tantas fiestas ofrecidas por Gatsby. Es difícil imaginar qué pasaba
por la cabeza del director cuando creyó que la música de Florence and the
Machine era perfecta para el tono de la película.
The
Great Gastby tuvo más aciertos que errores, hubo buena
recepción en taquilla y aunque las críticas la aman o la odian hay varios
puntos rescatables. Es una película entretenida que quizás debió haberse
tratado con más sensibilidad para mostrar la genialidad de la obra que está más
cerca de ser proclamada “La gran novela americana”.
La imagen utilizada es el póster oficial de la película
y es propiedad de la productora.
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