Siempre me han gustado los programas de televisión sobre
juicios y abogados por la apasionante manera en que exponen sus casos y
presentan sus evidencias, la elocuencia con que salvan o condenan al acusado y su
búsqueda incansable de la justicia. Es emocionante ver cómo los malos reciben
su merecido y los buenos son absueltos, claro, sólo en los programas y
películas porque en la vida real la justicia no siempre es para los justos.
La justicia, en teoría, funciona pero lo que no sirve
son las personas detrás de ella que caen en la corrupción. Esto se da en todos
los niveles y en todos los países, no dudo que en muchos casos la sentencia sea
la correcta pero en muchos otros no es así. Aunque no seamos abogados ni nos
interesen las leyes es imposible no tener alguna opinión al respecto porque
todos hemos estado alguna vez en posición de juzgar o de ser juzgados.
En mi país no hay juicios orales y los procedimientos
legales son una larga, lenta y tediosa serie de escritos y oficios, con sus
respectivas copias, que deben ser firmados, sellados, revisados, autorizados,
rechazados, apelados, etc. Nada parecido a la intensidad de un interrogatorio
en el banquillo de los acusados o la angustiante espera de la deliberación del
juzgado.
Seguramente los abogados del imperio romano nunca
imaginaron que en el futuro su profesión se vería limitada por papeleo y tratos
tras puertas cerradas. Los abogados romanos eran todo un espectáculo para las
masas y los juicios eran grandes eventos para los que se debía llegar temprano
para apartar un buen lugar cerca de la acción. Vestidos con pulcras togas y
armados con intensos discursos, los abogados llegaban partiendo plaza listos
para ganar el caso y dar un gran show.
Es imposible hablar de leyes en los tiempos de la
República romana sin mencionar a Marco Tulio Cicerón, gran escritor, filósofo,
abogado, orador y político. Hoy en día es reconocido por su pasión por el
sistema republicano tradicional y sus escritos de carácter humanista entre
otras cosas. La columna de hierro,
novela histórica escrita por Taylor Caldwell, narra la fascinante vida de un
hombre idealista con gran sensibilidad.
La intensa labor de investigación de Caldwell da como
resultado un detallado retrato de la vida del Imperio romano en el primer siglo
antes de Cristo. Cicerón nace en el seno de una familia plebeya en la que su
madre se encarga de todo, desde las labores domésticas hasta las de negocios
mientras su padre, delicado de salud, se dedica a la literatura y a llevar una
vida apacible en el campo. Estaba claro que Cicerón se vería obligado a madurar
antes de tiempo y a convertirse en el hombre de la casa.
Su formación comenzó desde que era muy pequeño con los
mejores maestros que su familia pudo conseguir. La autora logra darnos una
clase de historia de manera amena con las vívidas descripciones de las costumbres,
viviendas, vestimentas y creencias de la época. Aunque Caldwell se toma algunas
licencias con ciertos pasajes de la vida de Marco Tulio todo lo que se narra en
esta novela tiene fundamento en escritos, documentos y cartas que el orador
intercambió con diversas personas a lo largo de su existencia.
Los apasionantes discursos de Cicerón cautivaban a
todos los asistentes a los juicios de sus casos, su elocuencia le ganó el
respeto y la admiración de muchos pero también le generó muchos enemigos. Marco
Tulio, sin proponérselo, se convirtió en un político influyente al cual César
intentó manipular, en algunas ocasiones con éxito. La columna de hierro describe el momento en que el orador y César
forjaron una amistad siendo niños y cómo el dictador se aprovechó de su
relación para conseguir su apoyo en momentos delicados. Cicerón, a pesar del
cariño hacia César, lo conocía bien y siempre supo cuál era su verdadera agenda
y con el tiempo se volvió un fuerte opositor a su dictadura.
Caldwell logra conmover y emocionar a través de las 840
páginas de esta novela que se van como agua. Las maquinaciones políticas y las
tribulaciones del pueblo romano mantienen cautivo al lector. A pesar de que los
sucesos relatados en este libro sucedieron hace siglos es sorprendente darnos
cuenta que las personas, las leyes y los gobiernos parecen no haber cambiado.
La manipulación, la traición y la ambición siguen siendo básicas para aquellos
que buscan hacerse con el poder.
La actitud cínica de César en contraste con la honestidad
y virtud de Cicerón resulta en una interesante y compleja dinámica. Pero el
conflicto que está presente en la mayoría de las páginas de este extraordinario
libro es la enemistad que surge desde temprana edad entre Cicerón y el futuro
dictador Silas a quien Caldwell eleva a estatus de némesis.
En La columna de
hierro no encontrarán descripciones gráficas de sangrientas batallas ni
largas disecciones de tácticas militares, esta novela se centra en los
personajes que tomaban las decisiones que podían costarles la vida a miles de
personas. Los protagonistas son los hombres y mujeres que sin necesidad de
salir de sus casas decidían el destino de una nación. Cicerón no fue un militar
destacado pero poseía las armas más poderosas del imperio romano: educación, inteligencia,
elocuencia y un gran sentido de la justicia.
La imagen utilizada es propiedad de la Editorial.
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