Hace unos años, cuando visité el Museo Nacional de Historia y Cultura Africoamericana del Smithsonian en Washington, D.C. quedé impactada por la cruda realidad de la esclavitud. A pesar de haber leído sobre el tema con anterioridad y de haber visto innumerables películas, programas y documentales que trataban el tema no estaba preparada para lo que vi.
Todas y cada una de las piezas allí exhibidas deben tener, sin duda alguna, una trágica historia que sólo se puede esperar que ningún ser humano vuelva a vivir jamás. Desde ropas de niños hasta cadenas y jaulas de castigo, es repugnante ver lo bajo que puede caer el ser humano. Me impresionó cuando el guía explicó que los esclavos eran forzados al máximo de sus capacidades, tanto así que era común que los músculos erosionaran al hueso.
La injusticia cometida contra africanos y, en ocasiones amerindios, es uno más de los vergonzosos episodios de la humanidad a través de la historia. La reparación por la esclavitud me parece un insulto más al ultraje cometido ya que no hay nada que se pueda hacer para compensar por lo sucedido. El reconocer, proteger y promocionar los derechos humanos debiera haber existido desde siempre no plantearse a partir de atrocidades ya cometidas.
También me parece absurdo el que haya personas que exijan reparaciones económicas por la esclavitud. Ninguna cantidad de dinero podría reparar el daño, no se puede volver en el tiempo para regresar a todas esas personas lo que perdieron. No hay manera tampoco de cuantificar los daños en cifras exactas, la dignidad no tiene precio, la vida no tiene un valor monetario definido.
Las circunstancias extremas tienden a sacar lo mejor y lo peor de las personas y la esclavitud no fue la excepción. No todos los norteamericanos estaban ansiosos por adquirir esclavos, hubo quiénes se rehusaron a ser parte del sistema e incluso arriesgaron su posición social e incluso sus propias vidas por estar en contra de esta injusticia. De igual manera muchos esclavos supieron abrirse camino hasta convertirse ellos mismos en tratantes y ser parte del problema.
Django sin cadenas retrata la esclavitud en Texas en 1858. Esta película dirigida por el genial Quentin Tarantino causó controversia incluso antes de su estreno. Spike Lee, el director más conocido por sus opiniones políticas que por sus películas, tachó al largometraje de racista por utilizar excesivamente la palabra Nigger, utilizada hoy en día de manera peyorativa.
Tarantino aclaró que la palabra se utiliza para ser fiel a la época ya que así se expresaban en esos tiempos, su inclusión en el guión se debe al deseo de ser históricamente exacto. Los comentarios de Lee no afectaron a la película ya que tuvo gran éxito en taquilla y logró nominaciones y premios Oscar, Bafta y Globos de oro. No era para menos al contar con Jamie Foxx, Leonardo Dicaprio, Christoph Waltz, Kerry Washington y Samuel L. Jackson en su reparto.
La película comienza cuando el Dr. Schultz hace un trato con Django, un esclavo que es llevado a vender a otro pueblo. Schultz necesita de Django para localizar a unos forajidos y le promete su libertad si lo ayuda, éste accede pero le pide también asistirlo en la búsqueda de su esposa que fue vendida a un desconocido.
Es aquí donde, muy al estilo de Tarantino, los malos reciben su merecido de maneras creativas y los protagonistas se convierten en héroes improbables. Las brillantes actuaciones nos recuerdan en todo momento la seriedad del tema pero la ironía y el sarcasmo que caracteriza a las películas de Tarantino se mantiene de principio a fin.
Samuel L. Jackson, aunque con una intervención demasiado breve para mi gusto, logra que el espectador ame odiarlo desde que aparece en pantalla, su personaje añade el toque justo para tensionar aún más la historia. El maltrato al que eran sometidos los esclavos es fielmente representado pero, al tratarse de Tarantino, los victimarios terminan siendo víctimas de su ignorancia y reciben un justo y sangriento castigo.
Django no es sólo un hombre con sed de venganza listo para acabar con todos por la vida que ha llevado. Las circunstancias lo llevan a transformarse en una especie de vengador pero conforme avanza la película el personaje evoluciona valiéndose de su inteligencia al descubrir nuevas habilidades y dejarse guiar por su sentido de la justicia.
Django sin cadenas no compensa las atrocidades cometidas pero logra darnos la sensación de que quizás si existió alguien como él que se enfrentó al sistema y vengó algunas injusticias. Tarantino tomó un tema delicado y lo transformó en un brillante western que fácilmente podría convertirse en franquicia. Tarantino no ha dado una postura oficial al respecto pero dijo que “lo está considerando”. Esperemos que así sea ya que Django es demasiado personaje para una sola película.
La imagen utilizada es el póster oficial de la película y es propiedad de la productora.