lunes, 11 de febrero de 2019
La luz en la sombra
Tissa es una hechicera que lleva una vida tranquila en el pacífico condado de Cordnuck, hasta que comienza a tener visiones sobre un mal que amenaza con destruir el equilibrio de toda la existencia. Sus temores son confirmados cuando recibe una visita inesperada de Sir Holden, un misterioso caballero que fue enviado para acabar con la maldad que se avecina.
Holden es un experimentado caballero que está acostumbrado a inspirar respeto en sus compañeros de armas que lo siguen fielmente y a infundir temor en los enemigos que huyen al verlo. Tissa es una mujer independiente y voluntariosa que no se deja intimidar por nadie y las hazañas en batalla no le interesan en lo más mínimo. Las circunstancias los obligan a unir fuerzas en una peligrosa misión que se complica aún más por el duelo de poder entre el caballero y la hechicera.
Ahora deben enfrentar todo tipo de obstáculos en su camino para impedir que la obscuridad acabe con todo. Pero es difícil mantenerse concentrados en el objetivo cuando sus corazones también están en riesgo.
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miércoles, 18 de octubre de 2017
Cuentoscuros: En el clóset
No se pueden perder este cuento corto sobre los problemas que pueden surgir al ocultar lo que realmente son.
En lo alto de la colina se encontraba
una modesta cabaña habitada por tres hermanas, todos en el pueblo sabían de su
existencia pero nadie las conocía realmente pues rara vez bajaban al pueblo. Se
les veía pocas veces al año, sólo en aquellas ocasiones en que se aventuraban a
bajar desde la verde colina para comprar suficientes provisiones para pasar
largas temporadas sin tener que abandonar la seguridad de su hogar.
A pesar de su extraña existencia
nadie las juzgaba ni las cuestionaba pues las pocas veces en que trataban con
ellas era evidente que su disposición era amable, aunque extremadamente
reservada. Ninguna de las tres mujeres hablaba más de lo necesario con nadie,
ninguna parecía interesada en los chismes del pueblo ni mucho menos parecía
atraerles hacer amistad con nadie. Las tres se limitaban a hacer sus compras en
el menor tiempo posible para regresar a la colina donde permanecerían aisladas
de todo y de todos hasta la siguiente temporada.
Los niños del pueblo solían inventar
todo tipo de historias sobre ellas y se divertían asustando a los más pequeños diciendo
que eran malvadas brujas que volaban en sus escobas por las noches y que, si
las provocaban, los devorarían enteros sin dudarlo. Algunos adultos se
apresuraban a reprimir a los irrespetuosos muchachos, les explicaban que esas
tres infortunadas debían llevar una vida muy difícil, solas, lejos de todo en
esa colina. El que llevaran una vida tan diferente a lo que ellos conocían no
las hacía brujas ni malvadas. Esos adultos no sabían lo que decían.
Muriel, la mayor de las tres
hermanas, era serena y amable y aunque disfrutaba el estilo de vida que llevaba
rara vez sonreía. Se sentía cómoda al estar lejos de todo y de todos. Sus
hermanas eran lo único que quería como compañía. Nunca le agradó el convivir
con nadie más, le preocupaba sobremanera lo observadoras y entrometidas que
podían ser algunas personas. Siempre había sido cuidadosa para no despertar
sospechas pero no dejaba de ser peligroso bajar al pueblo de vez en cuando. Era
difícil para ella controlar la ansiedad que la embargaba al verse obligada a
interactuar con otros cuando compraba provisiones. El angustiante sentimiento
no la abandonaba hasta que estaba de regreso en la cabaña, sólo allí sentía que
podía respirar libremente otra vez.
No era ningún secreto para ellas que
en el pueblo eran vistas como tres solteronas sin habilidades sociales ni
prospectos para el futuro. Y así era como Muriel quería que continuara la
percepción. No le gustaban los problemas ni las habladurías y prefería que la
subestimaran y la miraran con compasión a que la vieran por lo que era, por lo
que las tres hermanas eran. Un escalofrío recorría su cuerpo al pensar en lo
que podría suceder si alguien en el pueblo descubriera que había tres brujas
viviendo en lo alto de la colina.
Sus hermanas la consideraban
demasiado rígida, en ocasiones incluso se burlaban de ella por ser tan
cuidadosa. Creían que sus precauciones eran exageradas pues el comportamiento
de todas siempre había sido intachable, jamás habían dado pie a cuestionamientos
sobre su pacífica existencia. Sin embargo, Muriel no permitía ni el más leve
descuido, al ser la mayor sentía que tenía autoridad para imponerse y dictar
cómo debían vivir. Su creciente preocupación la llevó al extremo de prohibir la
práctica de la brujería, ninguna de las tres tenía permitido siquiera hablar de
conjuros y hechizos.
Herminia, la menor, era sumisa y
estaba resignada a vivir la vida que su hermana había elegido para ella. Hacía
bromas sobre la preocupación de su hermana pero nunca llegaba al punto de
irritarla realmente. No lo admitía abiertamente pero le temía a Muriel, sabía
que era la más poderosa de las tres y no se atrevía a desafiarla. La imposición
no le quitaba el sueño pues no le apasionaba ser bruja, no lo odiaba tampoco
pero para ella su condición simplemente era algo con lo que había nacido, no lo
eligió, sólo le tocó ser bruja. No sentía la necesidad de practicar a diario
para ser feliz, se sentía satisfecha pasando sus días en la cabaña al lado de
sus hermanas entregándose a su rutinaria vida.
Drusila, la del medio, no estaba nada
conforme con la vida que llevaba. A diferencia de sus hermanas, a ella le
encantaba ser bruja y le parecía que no había nada más emocionante que hacer
conjuros y practicar en todo momento para mejorar sus habilidades. Drusila
quería a sus hermanas pero estaba harta de la mediocridad de Herminia y el
autoritarismo de Muriel. Seguía sus reglas en el pueblo pero en cuanto entraban
a la cabaña la desafiaba abiertamente y practicaba la brujería fingiendo que no
escuchaba a su hermana pidiéndole que se detuviera. Cuando Drusila se cansaba
de los regaños de Muriel se retiraba a su habitación para seguir conjurando
durante horas sin que la molestaran. En los días en que realmente quería fastidiar
a su hermana mayor practicaba la brujería en la cocina, en la estancia, donde
fuera que Muriel pudiera verla para ocasionarle un mayor disgusto. Si se sentía
particularmente valiente salía de la cabaña y conjuraba bajo las estrellas.
A Drusila le gustaba ver qué tan
lejos podía llevar su desobediencia y qué tanto podía presionar a Muriel. En
ocasiones llegaban a los gritos pero en cuanto veía que las lágrimas asomaban
en los ojos de Herminia, asustada por el pleito familiar, guardaba sus
implementos de brujería y hacía las paces con Muriel. Eran hermanas y se
querían, sólo se tenían las unas a las otras. A pesar de todo llevaban una
existencia relativamente tranquila y cómoda y todas estaban conscientes de que
el ocultar lo que eran les permitía seguir así.
Sin embargo, el precio a pagar por
una vida libre de persecución le parecía demasiado elevado a Drusila, para ella
era una carga el no poder ser abiertamente quien era, tenía grandes sueños pero
sabía que mientras Muriel no cambiara de parecer y Herminia no tuviera el valor
para tomar sus propias decisiones, jamás podría vivir como ella quería. Drusila
no le deseaba ningún mal a sus hermanas, no quería herirlas, por el contrario,
deseaba lo mejor para ellas y por eso aceptaba, hasta cierto punto, en lo que
se había convertido su vida. Sabía que era la decisión correcta por el bien de
las tres pero eso no llenaba el vacío que sentía por dentro.
Muriel sólo veía como Drusila parecía
desafiarla cada vez más, cada nuevo día traía consigo una rebeldía mayor a la
del día anterior y decidió que era momento de tomar medidas drásticas. Anunció
que todas las escobas permanecerían encerradas en el clóset de blancos,
aquellas herramientas de poder eran el símbolo máximo de la magia de las tres
hermanas y, aunque parecía una disposición cruel, estaba convencida de que era
lo mejor para evitar tentaciones.
Herminia no tuvo problema en acatar
la orden de su hermana, fue la primera en colocar su escoba dentro del clóset y
desde que lo hizo no se atrevió a volver a abrir la puerta. Drusila gritó y
estrelló platos contra la pared pero al final se dio por vencida y entregó su
escoba sintiendo que perdía una parte de su alma. La separación era demasiado
dolorosa para ella por eso abría la puerta del clóset varias veces al día
aunque fuera sólo para saludar a su querida escoba. No quería olvidar que su verdadera
naturaleza era ser bruja y se sentía orgullosa de ello.
Allí, arrumbadas, las tres escobas
mágicas se marchitaban día tras día reprimiendo energía con cada segundo que no
eran utilizadas. Muriel sabía lo mucho que Drusila sufría por tener que reprimirse
pero ella no tenía reparo alguno en negar lo que realmente eran y maldecía
frente a la puerta del clóset cada vez que pasaba cerca para dejar claro lo
mucho que odiaba su naturaleza. Drusila descubrió al poco tiempo que su hermana
mayor extrañaba los conjuros también, quizás no tanto como ella pero los
extrañaba, pues la vio asomarse al clóset en más de una ocasión y hablar con su
escoba como suelen hacer las brujas con sus herramientas mágicas.
Muriel podía fingir todo lo que
quisiera pero era obvio que a ella también le costaba trabajo reprimir a la
bruja que tenía dentro. Drusila comprendió que su hermana compartía su
sufrimiento pero que intentaba ser fuerte por el bien de todas y decidió no
hacerle la vida tan difícil, seguiría practicando la brujería pero tendría
cuidado de no hacerlo frente a sus hermanas. Herminia era la única que parecía
no extrañar los conjuros y hechizos, ni siquiera miraba en dirección al clóset
cuando caminaba por ahí.
El poder que se encontraba contenido
en esas cuatro paredes era innegable, la energía se veía como una luz brillante
saliendo por debajo de la puerta por las noches. La magia concentrada no dejaba
espacio para nada más y con el tiempo el clóset de blancos se volvió únicamente
el clóset de las escobas. Muriel y Herminia se negaban a hablar sobre ello pero
Drusila les recordaba constantemente lo que ocultaban en el clóset.
Como era de esperarse, la calma duró
poco tiempo, no era fácil vivir en una mentira y Drusila no pudo más, comenzó a
quejarse amargamente diciendo que su verdadera naturaleza estaba atrapada en
ese clóset y que mientras no se le permitiera salir de él no podría vivir
realmente, que llevaría una existencia a medias. El resentimiento fue creciendo
día con día hasta que le reclamó a Muriel el haberlas convertido en brujas de
clóset. Explicó que su actitud era lo que no les permitía salir por esa puerta
y que era una prisionera en su propio hogar. Las discusiones fueron creciendo y
la convivencia diaria se tornó insoportable.
Muriel estaba empeñada en controlar
la situación, seguía convencida de que sabía lo que era mejor para todas y
constantemente se quejaba del poco apoyo que recibía de sus hermanas. Estaba
harta de la actitud y los reproches de Drusila, no podía controlarla ella sola
y Herminia no estaba haciendo nada por ayudarla, le complacía ver que la
obedecía ciegamente pero le enfurecía el que no mostrara interés alguno en
intentar disuadir a su hermana de abandonar la brujería.
Drusila ya había renunciado a
intentar que su hermana mayor cambiara de parecer o que por lo menos fuera un
poco más flexible y el mostrar desobediencia ya no era suficiente. Empezó a
divertirse provocándola con comentarios y acciones que sabía le desagradaban.
Así, cuando Muriel le reclamaba, ella le decía que si le molestaba algo que lo
metiera al clóset de las escobas con el resto de todo lo que tanto la
incomodaba. Palabras que sólo enfurecían más a Muriel pues había algo de cierto
en ellas.
Irritar a Muriel estaba bien por un
rato pero Drusila se sentía al borde del colapso y ya no sabía qué más hacer.
Estaba enojada no sólo con su hermana mayor sino con Herminia, le molestaba ver
que no era capaz de defenderse, ni siquiera de formar una opinión y mucho menos
de expresarla. Se sentía realmente atrapada en ese clóset, empolvándose tras la
puerta sin esperanzas de vivir su vida abiertamente. Lo único que le quedaba a
Drusila y le daba fuerzas para soportar la falsedad que era su vida era Raziel.
Un hermoso gato negro con una franja blanca que partía de la parte inferior de
su boca y recorría todo su vientre y a lo largo de su cola. Drusila lo cuidaba,
alimentaba y mimaba, quizás en demasía. Raziel le correspondía haciéndole
compañía y aportando energía a sus conjuros y encantamientos. Eso lo convertía
en su familiar, el compañero especial que llega a la vida de todas las brujas.
Drusila era la única de las tres
hermanas que conservaba a su familiar pues los de sus hermanas se habían
marchado hacía ya tiempo, desde que dejaron de lado la brujería. Algunos gatos
iban y venían, todos ellos eran bienvenidos en la cabaña, los alimentaban y
cuidaban por el tiempo que eligieran estar en el hogar de las hermanas pero
ninguno desarrolló una relación tan estrecha como para ser el familiar de
alguna de ellas. Muriel evitaba apegarse a los gatos porque no quería que nada
le recordara que era bruja y Herminia temía hacerlo porque su hermana podría
tomarlo como una afronta. Raziel era un testimonio más de la rebeldía de
Drusila.
Las brujas de clóset continuaron con
sus falsas vidas, escondidas del mundo en aquella cabaña hasta que era momento
de bajar al pueblo por provisiones. Allí, entre la gente, fingían que sus vidas
eran tan comunes y corrientes como las de los pueblerinos. Los años
transcurrieron lentamente y con ellos llegó el inevitable fallecimiento de
Raziel. El familiar murió en los brazos de Drusila. Ella lo sostuvo durante
horas aguardando pacientemente a que el último vestigio de su alma se desvaneciera.
Después de que encomendó su alma a la Señora protectora de los gatos y depositó
su cuerpo inanimado en la tierra, a la que todos debemos regresar, se entregó a
una tristeza absoluta que duró semanas. Lo único que la ayudó a seguir fueron los
encantamientos que le permitieron caminar con un pie en cada mundo para
asegurarse de que Raziel llegara con bien al valle de los gatos.
La pena fue tan grande para Drusila
que Muriel ni siquiera le recriminó el que utilizara la magia para acompañar a
su querido Raziel a su destino final. Sus hermanas estaban muy preocupadas por
ella, intentaron animarla y la cuidaron tanto como Drusila les permitió pues no
le agradaba mostrar su lado vulnerable. Tanto Herminia como Muriel sintieron que
la pérdida había desatado una obscuridad que comenzaba a crecer dentro de su
hermana, amenazando con salir en cualquier momento pero, debido a la
prohibición, ninguna comentó nada al respecto. Ambas confiaban en que la
obscuridad se alejaría tras el periodo de duelo.
Eventualmente Drusila salió de su
depresión y poco a poco fue retomando su rutina. Muriel supo que su hermana estaba
recuperándose cuando comenzó a desafiarla nuevamente y a burlarse de sus
regaños. Se alegró al ver la tranquilidad que parecía haber regresado a los
ojos de su hermana e intuyó que había algún motivo detrás de su cambiado estado
de ánimo. Mandó a Herminia a que espiara a Drusila y lo que le reportó la dejó
muy inquieta. Se enteró que Drusila había entablado amistad con un viejo pastor
que conoció un día en que salió a buscar hierbas curativas. No era común
encontrarse con personas tan cerca de la cabaña y Muriel sospechó de inmediato
de las intenciones de ese hombre.
Muriel interrogó a Drusila y ella le
explicó que no había nada de qué preocuparse, que era sólo un anciano
inofensivo, un hombre bueno que había tenido el infortunio de perder a todos
sus seres queridos. No tenía a nadie que pudiera ocuparse de él pero, no
queriendo ser una carga, buscó la manera de ganarse su sustento a pesar de que
era demasiado débil para los trabajos que se requerían en el pueblo. Un hombre
se apiadó de él y le pidió cuidar de su rebaño a cambio de un lugar para vivir
y un módico sueldo. El anciano sabía que ser pastor era cosa de jóvenes y que
aquel buen hombre tenía hijos de sobra para que hicieran ese trabajo así que se
sintió profundamente agradecido por la oportunidad de ganarse la vida y accedió
de inmediato.
Muriel aceptó la amistad a
regañadientes, se sentía intranquila porque aquel anciano podría descubrir que
eran brujas pero no dijo nada. Si eso era lo que su hermana necesitaba para
reponerse de la pérdida de su familiar, una de las más difíciles para una
bruja, lo permitiría aunque con cierta reserva. Además, ya estaba harta de
pelear con su hermana, si podía evitar un pleito más lo haría. Herminia la
felicitó por darle el beneficio de la duda y le aseguró que todo estaría bien
de ahora en adelante.
La peculiar amistad entre Drusila y
el anciano los ayudó a ambos, ella podía satisfacer su necesidad de convivir
con alguien además de sus hermanas y él tenía un sinfín de relatos que estaba
ávido por contar. La bruja escuchaba atentamente al viejo pastor que estaba
agradecido por tener a alguien que conversara con él. El anciano había perdido
la curiosidad desde hacía mucho y no tenía la lengua suelta de los jóvenes así
que no le hacía preguntas personales a Drusila ni tampoco le contaba a nadie
sobre ella. La bruja pasaba gran parte del día con el anciano y cuando llegaba
a la cabaña por las noches no parecía tener interés por practicar conjuros y
hechizos. Muriel terminó por reconocer que esa amistad funcionaba para todos.
Desgraciadamente, el tiempo parecía
avanzar siempre más rápido para aquellos cercanos a Drusila y el día en que el
anciano no se presentó a su cita habitual ella dudó por un momento en ir a
buscarlo pero el afecto que le había tomado la impulsó a buscarlo, necesitaba
saber si estaba bien. Cuando estuvo a unos pasos del granero donde su amigo
solía dormir supo lo que había pasado, ni siquiera tuvo que cruzar la puerta.
Su poder le mostró que el pobre hombre había fallecido mientras dormía. No
sufrió, ni siquiera supo lo que sucedía hasta que su alma cruzó el umbral.
Esta nueva pérdida no le ocasionó
tristeza, sólo alimentó aún más su ira. Drusila tenía el poder para desvanecer
su alma dentro de su cuerpo y echar un vistazo al otro mundo para despedirse
del anciano pero no lo hizo. Podía comunicarse con algún ser que caminara entre
los fallecidos para un corto intercambio de existencias, sobraban almas
queriendo caminar entre los vivos otra vez, aunque fuera por tiempo limitado.
De esa manera podría convivir con su querido amigo fallecido pero tampoco lo
hizo. Simplemente se dio medio vuelta y regresó a su casa. Ahora veía con más
claridad que nunca de lo que se trataba reamente la vida y por primera vez en
años sintió que todo tenía sentido.
Herminia la esperaba en la puerta con
preocupación en la mirada pues había sentido la tristeza de su hermana a través
del vínculo mágico que las unía. Sabía que Drusila estaba cayendo en un hoyo
negro de desesperación y que podía ser peligroso. Cuando abrió sus brazos para
recibir a su hermana en ellos y consolarla, ésta la apartó con un golpe.
Herminia cayó al suelo y al levantar la mirada Drusila pareció crecer frente a
sus ojos y cubrirla con su sombra. Tembló al sentir la furia que salía como bocanadas
de humo a través de los poros de su piel. Comprendió que su hermana le quitaría
no sólo el poco poder que aún le quedaba después de tantos años de reprimirlo sino
que le arrebataría todo, sus sentimientos, sus pensamientos, su alma.
Muriel sintió desde la sala de estar
lo que sucedía y corrió hasta sus hermanas, sabía que Herminia era débil y que
jamás podría resistirse a Drusila. Llegó justo cuando se disponía a exprimir la
energía de su hermana menor a través de sus ojos. El poder de Muriel estaba
debilitado por tantos años en desuso pero logró reunir lo suficiente para
lanzar a Herminia lejos del alcance de la bruja de su hermana.
Herminia voló por los aires impulsada
por la desesperación de su hermana mayor, sintió en su cuerpo su angustia por
protegerla pero también el temor que crecía en su corazón y ese sentimiento la
elevó aún más, a una gran altura, fuera del alcance no sólo de Drusila sino también
de Muriel, se estaba alejando a tal velocidad que pronto no podría llegar a
ella. Herminia necesitaría magia para sobrevivir a la caída así que intentó
calmarse mientras sentía el fuerte viento a su alrededor, sabía que pronto
comenzaría a perder altura. Sería una dura caída pero confiaba en concentrar
suficiente energía para no romperse todos los huesos del cuerpo al impactar
contra el suelo.
Cerró los ojos e invocó su poder
desde el interior y comenzó a descender pero justo cuando la magia debió
empezar a ralentizar la caída sintió un fuerte tirón en la espalda seguido de
una extraña sensación de vacío. Segundos antes de impactarse supo que Drusila lo
había logrado, había tomado todo de ella, todo lo que tenía, todo lo que era,
lo que alguna vez fue. Cuando el cuerpo de Herminia golpeó el suelo ya no
quedaba nada más, como si nunca hubiera existido.
En la cabaña, Muriel gritó al sentir
la muerte de su hermana como si un frío puñal le atravesara el pecho. Por unos
segundos vio los ojos de Herminia dentro de los ojos de Drusila antes de
perderse en el alma obscura de la bruja. En ese momento supo que había cometido
un grave error al no haber sido más dura con Drusila y no haber sido capaz de
evitar el que practicara la brujería durante todos esos años, ahora se había
convertido en una bruja poderosa. Tanto así que había logrado robar la esencia
de Herminia por completo, incluso a la distancia.
Muriel, por ser la mayor, poseía más
poder que Drusila pero llevaba tanto tiempo reprimiendo su verdadera naturaleza
que ya no era rival para su hermana. Había cometido un segundo error al no
practicar durante todos esos años, se había vuelto débil. La locura en los ojos
de Drusila era evidente y la energía que emanaba de ella era escalofriante, si
no la detenía podía ser fatal, no sólo para ella sino para cualquiera que se
cruzara en su camino. No podría ganarle, no en esa condición, la única opción
que tenía era intentar contenerla hasta que pudiera ser fuerte otra vez, sólo
así podría enfrentarla. Únicamente necesitaba encontrar el momento exacto para
hacerlo.
Muriel gritó de dolor al sentir que
su hermana intentaba robar su magia pero aún tenía fuerzas suficientes para repeler
su ataque, aunque no sabía por cuánto tiempo. Drusila, al ver la resistencia de
su hermana, comprendió que no sería una presa fácil, no como lo fue Herminia, y
por un instante sintió temor al saberse superada por ella, por el momento.
Corrió hacia el clóset de las escobas mientras le gritaba a Muriel que abriría
la puerta para siempre, que jamás volvería a esconder lo que realmente era.
Esa era la oportunidad que Muriel
estaba esperando, en cuanto Drusila abrió la puerta, reunió toda la magia que
pudo y lanzó una llamarada de energía hacia su hermana obligándola a entrar al
clóset. Platos y muebles volaron por toda la estancia y las cortinas se
agitaron hasta terminar hechas jirones mientras Drusila luchaba en vano para
salir del clóset. Sus desgarradores gritos alteraron a los gatos que hacía sólo
unos minutos dormían plácidamente en distintas áreas de la cabaña pero en vez
de alejarse de ahí corrieron directamente hacia el clóset y entraron en él. Muriel
sintió que las fuerzas le fallaban pero no iba a darse por vencida, concentró
todo su poder hasta que mandó a Drusila al fondo del clóset. Sintió un
escalofrío al ver que se dibujaba una sonrisa en el rostro de su hermana antes
de que se cerrara la puerta.
Muriel despertó en el suelo un tanto
confundida, todo estaba en completo silencio, No había platos rotos en el suelo
y los muebles estaban de vuelta en su lugar, las cortinas estaban completas y
se agitaban ligeramente con la tibia brisa de la tarde. Se incorporó con
dificultad, acercó una mano temblorosa al picaporte y abrió la puerta del
clóset lentamente. Estaba vacío, completamente vacío. Muriel respiró aliviada
antes de derramar una lágrima por la pérdida de sus hermanas, la muerte era parte
de la vida y algún día, cuando fuera su turno, ella las alcanzaría en las
tierras del verano. Caminó por la casa respirando la soledad a la que debería
acostumbrarse ahora que no estaban ni Drusila ni Herminia para hacerle
compañía.
Al pasar frente a la habitación de
Drusila escuchó un ruido, abrió la puerta y olvidó respirar por unos segundos
al ver una figura durmiendo plácidamente en la cama. Se acercó lentamente y
antes de que pudiera mover el edredón notó que había un enorme gato negro
durmiendo al lado de la misteriosa figura. Muriel dio unos pasos atrás
completamente aterrorizada mientras Drusila se incorporaba para acariciar la
franja blanca sobre el vientre del gato. Bruja y familiar la observaron a
través de brillantes ojos amarillos mientras se relamían ante el poder que
estaban por devorar.
Muriel supo que había cometido su
tercer y último error, el que había de sellar su destino. Las escobas no fueron
lo único que se guardó en ese clóset por tantos años sino su esencia misma.
Todas aquellas veces que anheló practicar la magia, todos los impulsos
reprimidos por realizar encantamientos y, sí, hasta todas las ocasiones en que
ideó nuevos conjuros que nunca lanzó, todo ello fue a dar al clóset. Toda la
magia, todo el poder, todo ello estuvo guardado junto a las escobas,
empolvándose, esperando el momento para salir del clóset.
Cuentoscuros: Un hogar para siempre
Los invito a leer este cuento corto que se quedará con ustedes después de apagar las luces.
Victoria miró a través de la ventana
como si esperara encontrar algo diferente a lo que contemplaba a diario. La
joven suspiró mientras se recriminaba a sí misma la insatisfacción que parecía
sentir desde que contrajo matrimonio. Su posición privilegiada y la fortuna
considerable de su familia le permitieron crecer protegida e ignorante del lado
obscuro de la vida y ahora sentía que no estaba preparada para enfrentar la
realidad. Victoria era un gran partido, no sólo por la excelente reputación de
su familia sino por su gran belleza. Cuando llegó el momento de elegir entre
todos sus pretendientes no tuvo reparo en que sus padres decidieran por ella.
El duque Forrest Weston no era
precisamente el hombre con el que Victoria soñaba pero confiaba en el buen
juicio de sus padres y anhelaba empezar su vida de casada. Incluso antes de que
se anunciara formalmente el compromiso ya se veía encargándose de una casa, su
propia casa, coordinando a la servidumbre, construyendo un hogar para su esposo
y los hijos que esperaba llegaran muy pronto. Su prometido era diez años mayor
que ella y poseía una reputación intachable, todos en Londres consideraron que
serían una pareja perfecta.
Victoria y Weston se vieron sólo un
par de veces antes de contraer matrimonio y aunque la joven lo encontró de
carácter serio la conversación fue amena y nada en él le hizo pensar que fuera
algo menos que un hombre honorable y decente que cuidaría bien de ella. El
duque, por su parte, no estaba tan emocionado como ella ante el prospecto de
contraer matrimonio pero era el último de los Weston y la fortuna familiar era
considerable, tenía la obligación de producir un heredero.
A pesar de la gran belleza por la que
Victoria era conocida, el duque la encontró simplemente agradable a la vista
pero se sintió complacido al ver la disposición sumisa de la joven. Una mujer
voluntariosa o que expresara abiertamente sus opiniones eventualmente
desgastaría el matrimonio volviéndolo una carga. Necesitaba una esposa que se
encargara de su hogar y que no le recriminara sus constantes viajes pues era lo
que más placer traía a su vida. No tenía interés alguno en pasar largas
temporadas en un mismo lugar.
La joven se permitió soñar en más de
una ocasión con el momento en que conociera a su futuro esposo, idealmente sería
guapo y galante aunque sabía que eso difícilmente sucedería pero no se
desanimaba. Su madre le había explicado que no era usual enamorarse
inmediatamente de un esposo, incluso era común ni siquiera encontrarlo
atractivo, el amor vendría con el tiempo, con la convivencia diaria. Weston no
era guapo en la manera tradicional pero tenía características que algunas
mujeres considerarían fascinantes. Era varonil y su cuerpo no mostraba indicios
de descuido o de vicios. Su rostro inspiraba confianza, se podía ver que era
sincero.
Victoria se sentía afortunada pues
conocía a un buen número de jóvenes que habían contraído nupcias con hombres
horribles, de edades tan avanzadas que podrían ser sus padres o abuelos. Se les
veía paseando por la ciudad aferradas a los brazos de esos ancianos esbozando
enormes sonrisas fingidas. La joven no quería sufrir el mismo destino pero la
alternativa era impensable, ser una solterona no era una opción. Sus padres
hicieron lo correcto, le consiguieron un buen esposo y confiaban en que sería
feliz al lado del duque.
La boda se celebró en la propiedad de
Weston, un hermoso castillo al sur del condado de Somerset, cerca de Taunton. Victoria
casi no podía creer que esa impresionante edificación sería su nuevo hogar. El
castillo había pertenecido a la familia del duque por generaciones y aunque no
era tan grande como los de la realeza tenía espacio de sobra para albergar a
una familia numerosa y a las decenas de sirvientes que se requerían para
mantener a la propiedad en forma. El gran número de habitaciones, las enormes
distancias entre ellas y los amplios pasillos facilitaban el que se pudiera
deambular por el castillo sin encontrarse con nadie más en todo el día. Sobre
todo si se caminaba por los pasillos que conducían a las habitaciones más
alejadas que no se habían ocupado en años.
La noche de bodas del matrimonio
Weston fue un acto casi mecánico, sin grandes pasiones pero el duque fue
considerado y atento con su nueva esposa. Eran dos desconocidos que en poco
tiempo se habían visto obligados a vivir bajo el mismo techo sin tener
realmente nada en común. El duque se esforzó para que Victoria se sintiera a
gusto en el castillo, constantemente le recordaba que era la señora de la casa
y que podía manejarla como quisiera. Los pequeños gestos que tenía con ella le
hicieron sentir que empezaba a amarlo.
Los días transcurrieron sin novedad y
la cordial relación entre los recién casados pronto se tornó aburrida y
rutinaria. Por las noches Victoria cumplía con sus deberes conyugales esperando
que en algún momento Weston empezara a mostrar más pasión pero cuando el acto terminaba
y se retiraba a su habitación se sentía vacía. El duque era toda amabilidad
pero no mostraba interés alguno en conocer realmente a su esposa, se aseguraba de
que no le faltara nada y buscaba temas de interés para conversar pero todo era
demasiado impersonal. La joven lloró toda la noche el día en que escuchó a la
servidumbre cuchicheando sobre la inminente partida del duque en cuanto dejara
encinta a su bella esposa.
Tristemente, lo que más parecían
anhelar ambos se rehusaba en llegar, su sangrado menstrual se presentaba mes
tras mes como un cruel recordatorio de su fracaso. El duque estaba desesperado
por salir de Somerset, odiaba los días lluviosos en el campo y la manera en que
el tiempo parecía transcurrir más lentamente. Ansiaba regresar a Londres, al
bullicio de la ciudad, a sus amigos en los clubes y a las conversaciones
estimulantes. Cuando le informó a su esposa sobre su próxima partida,
argumentando citas que no podía cancelar, sintió un dejo de culpabilidad al ver
la decepción en su rostro. Por un instante consideró invitarla, llevarla con él,
pero no sería bien visto que una recién casada se anduviera paseando por la
ciudad cuando aún debería estar acostumbrándose a su nueva posición en el
hogar.
La desdichada Victoria fingió
entereza pero Weston pudo ver lo mucho que le dolía que la dejara ahí. En un
intento por alegrarla sugirió que redecorase el castillo, hacía mucho tiempo
que el lugar no se veía beneficiado por el toque femenino y dijo que nada le
complacería más que regresar y encontrar un verdadero hogar donde criar a sus
futuros hijos. Sintiendo que había manejado la situación de la mejor manera
procedió a darle a su esposa un casto beso en la frente y se despidió
asegurando que regresaría en dos o tres semanas.
La joven, decidida a no decepcionar a
su esposo, se dedicó día y noche a planear cada rincón del castillo.
Habitaciones que habían permanecido cerradas bajo llave durante años se
abrieron para que no hubiera espacio alguno sin decorar. Victoria exploró todo
el castillo y le sorprendió agradablemente el hallazgo en la habitación ubicada
en la torre más elevada. Bajo una gruesa capa de polvo encontró una buena
cantidad de cuadros, tapices, esculturas y otros objetos decorativos. Algunos
estaban mejor preservados que otros pero todos eran de un valor y belleza
incalculables.
Victoria se entregó por completo a la
laboriosa tarea de limpiarlos, restaurarlos y clasificarlos para elegir el
mejor lugar dónde habría de colocarlos. Había suficientes cuadros y tapices
para que ninguna pared quedara vacía. Relojes, bustos y artefactos adornarían
repisas y mesas y todo tipo de esculturas darían nueva vida a los fríos
pasillos del castillo. Los sirvientes ofrecieron asistirla en lo que necesitara
pero Victoria declinó amablemente su ayuda, insistió en que era algo que debía
hacer sola. Los sirvientes se alegraron al ver a la señora del castillo
entretenida con la decoración en lugar de concentrarse en la ausencia de su esposo
pero les preocupaba verla cargando cuadros enormes con pesados marcos de madera
de una habitación a otra buscando el mejor lugar para exhibirlos. Victoria se
empeñaba en arrastrar estatuas y artefactos de un lado a otro probando en las
estancias y corredores pero nunca estaba satisfecha con la ubicación.
Cada vez era más difícil para los
sirvientes respetar los deseos de su señora pues se la topaban por los pasillos
haciendo un gran esfuerzo para transportar la pesada carga. Le insistieron una
y otra vez que les permitiera ayudar pero la afabilidad con la que los rechazó
en un principio ya empezaba a ser reemplazada con franca hostilidad por lo que
ella consideraba una intromisión en su proyecto personal. La servidumbre
confiaba en que cuando regresara el duque su esposa se tomaría un descanso o
incluso olvidaría por completo tan ardua tarea.
A casi tres semanas de la partida de
Weston su mujer recibió una carta en la que le notificaba que no le sería
posible regresar en la fecha contemplada pues había negocios urgentes en la
ciudad que requerían su atención. No dio más explicaciones sobre el retraso de
su regreso y dijo que confiaba en no demorarse más de una o dos semanas más.
Expresó su interés por la decoración del castillo y aseguró que le traía felicidad
el pensar en lo hermoso que estaría su hogar cuando volvieran a verse y se
despidió mandándole su amor.
La joven esposa estaba decepcionada
por no tener al duque de regreso, extrañaba su compañía, no importaba que sus
conversaciones no fueran tan amenas como se esperaría pero confiaba en que las
noticias que trajera después de su viaje la entretendrían por algunos días.
Victoria miró por la ventana, el verde intenso que se extendía hasta perderse
de vista le recordó lo lejos que estaba de todo, nunca pensó que la vida en el
campo pudiera ser tan solitaria.
Victoria sintió que la desesperación
amenazaba por apoderarse de ella pero recordó las palabras de su madre
diciéndole que una mujer jamás permitía que sus emociones la dominaran. Una
joven respetable y de buena familia no se dejaba llevar por la frustración y el
enojo. Una verdadera dama siempre sabía sacar lo mejor de todas las
situaciones. Con la voz de su madre dentro de su cabeza se obligó a sonreír y a
ver la demora de su esposo como una maravillosa oportunidad. En realidad, era
un alivio contar con más tiempo para terminar su tarea pues el castillo aún no
era lo que ella deseaba.
Lo mismo sucedía con su vida de
casada, sabía que entre ellos no había un amor apasionado pero sentía en lo más
profundo de su corazón que lo habría en cuanto él regresara y viera todo el
esfuerzo y cariño con que había decorado el lugar. Reconocería el cuidado
especial y la entrega con que había transformado el frío castillo en un cálido
hogar. No la amaba como ella anhelaba pero sabía que lo haría un día, estaba
segura. Y cuando eso sucediera no pensaría siquiera en alejarse otra vez.
Con este objetivo en mente, la joven
se entregó aún más a su labor y la ya preocupada servidumbre se alarmó al notar
que Victoria comenzaba a perder peso. Apenas tocaba la comida que le servían
argumentando que no tenía apetito. Eventualmente dejó de bajar al comedor pues
pasaba la mayor parte del día en la habitación de la torre planeando
obsesivamente la decoración. El ama de llaves intentó hablar al respecto con
ella y le externó su preocupación por su salud pero Victoria le restó
importancia al asunto. Aseguró que una vez que terminara su trabajo todo
regresaría a la normalidad.
La servidumbre no tuvo más remedio
que aceptar lo que su señora decía y comenzaron a llevarle la comida a la torre
con la esperanza de que por lo menos se alimentara mientras trabajaba. Algunas
de las sirvientas se atrevieron a pedirle a Victoria que intentara comer un
poco más pues las bandejas que recogían estaban casi intactas pero la joven
esposa amenazó con retirarlas de sus puestos si insistían con esas críticas
absurdas.
El tiempo transcurrió, día tras día,
con la joven sumida en su obsesión y la servidumbre preocupada por su
condición, les parecía que el día en que el duque debía regresar no llegaba
suficientemente rápido. Sus esperanzas se desvanecieron cuando recibieron una
misiva de Warren explicando que había sido invitado fuera de la ciudad por unos
amigos de la familia y que sería descortés rechazarlos. No le sería posible
regresar por el momento.
La historia se repetía semana tras
semana con una nueva excusa que lo mantenía lejos de Somerset, lejos de su
esposa. La joven Victoria se encerraba en la torre durante horas después de
cada carta recibida y se podían escuchar sus sollozos a través de la pesada
puerta de madera mientras el ama de llaves intentaba darle palabras de consuelo
desde afuera, explicando que era común que el duque se ausentara por negocios
pero que cuando regresaba se quedaba por largas temporadas.
Las señoras respetables no se
entregaban a la melancolía por los pasillos de su hogar ni frente a la
servidumbre así que Victoria se obligaba cada mañana a levantarse y a
concentrarse nuevamente en su labor. El arrastre de cuadros y otras
decoraciones era el único sonido en los pasillos del castillo. La joven ya ni
siquiera pasaba tiempo en su habitación, ni en ningún otro lugar del castillo,
si no era para probar cuadros en las paredes o esculturas en las repisas.
Era evidente que Victoria pasaba días
enteros sin comer porque las bandejas eran retiradas sin haber sido tocadas
siquiera y los sirvientes sospechaban que casi no dormía pues se le podía
escuchar arrastrando cuadros a todas horas de la noche y hasta en la madrugada.
La obsesión de la joven esposa y el alarmante descuido de su salud fueron
demasiado para el ama de llaves quien se atrevió a mandar una carta al duque
para informarle de la situación. Esperaba que comprendiera la gravedad del
problema de su esposa y le rogaba que regresara lo más pronto posible para
cuidar de ella.
Para sorpresa de todos, el duque,
aunque expresó su preocupación, dijo que no era extraño que las recién casadas
se esforzaran tanto por complacer a sus maridos que en ocasiones desatendieran
su cuidado personal para procurar el bienestar de sus señores. Comprendía que
tuviera reservas al respecto pero le aseguraba que todo estaría bien, que
regresaría en una o dos semanas. Palabras con las que ya era costumbre terminar
sus cartas.
El ama de llaves hizo otro intento
por hablar con la solitaria mujer, le imploró que por lo menos comiera
debidamente pero le sorprendió obtener como respuesta sólo gritos y regaños
exigiéndole que no se metiera en lo que no le correspondía. Ella no fue la
única en recibir sus duras palabras pues otros miembros de la servidumbre le
rogaron que no descuidara su salud pero la conversación terminó cuando Victoria
amenazó nuevamente con dejarlos sin trabajo. La amabilidad y buena disposición
que en otra época caracterizaron a la joven habían desaparecido por completo.
Se volvió huraña y retraída. Incluso su belleza parecía estarse desvaneciendo
pues su piel se veía seca y su cabello perdió por completo su lustre. Las
saludables curvas de mujer se marchitaron hasta quedarse casi en los huesos.
Nadie en el castillo se sorprendió al
recibir una nueva carta del duque informando que sus asuntos no le permitían
regresar en una fecha cercana. El ama de llaves tocó a la puerta de la
habitación de la torre pero Victoria le gritó que se marchara y ordenó que
tanto ella como el resto de la servidumbre se abstuvieran de dirigirle la
palabra. Prohibió incluso que la vieran a los ojos si se la encontraban en los
pasillos. De ahora en adelante, nadie tenía permitido interactuar con ella de
ninguna manera y si se atrevían a desafiarla se aseguraría de que perdieran sus
trabajos y de que ninguna casa respetable los contratara jamás.
El temor de perder su sustento fue
suficiente para que aceptaran las extrañas condiciones impuestas por Victoria y
debieron acostumbrarse a realizar sus labores diarias fingiendo que no veían a
la frágil mujer caminando por todo el castillo. El ama de llaves continuó
dejando bandejas con comida en la torre pues no se le había ordenado
específicamente que no lo hiciera. Esperaba que el hambre eventualmente fuera
insoportable y que la joven comenzara a alimentarse nuevamente.
De igual manera, seguía preparando
por las noches la cama de la habitación que la joven llevaba semanas sin ocupar
y colocando cambios de ropa limpia en el vestidor pero cada mañana que entraba
y veía que todo estaba tal cual lo había dejado sentía una gran decepción. Pero
no se daba por vencida, seguía intentando cuidar a la esposa del duque. La
mayoría de las veces retiraba las bandejas intactas pero en más de una ocasión
celebró encontrar un panecillo mordisqueado o una taza de té medio vacía. Lo
tomó como una buena señal y confiaba en que esa pobre alimentación fuera
suficiente para mantener a la desdichada mujer con vida hasta que su esposo
regresara.
Con el tiempo era cada vez menos
frecuente ver a Victoria durante el día, por breves instantes los sirvientes
alcanzaban a verla parada mirando fijamente a una pared desnuda, seguramente
pensando en el mejor cuadro para esa área. En ocasiones se escuchaban ruidos en
los pasillos y podía distinguirse su sombra arrastrando alguna escultura hasta
perderse de vista en la obscuridad de alguna habitación. La mujer parecía tener
un sexto sentido para darse cuenta cuando estaba siendo observada y echaba a
correr antes de que la servidumbre pudiera acercarse a ella.
Por las noches era cuando más se
sentía su presencia pues se escuchaban todo tipo de ruidos provenientes de la
habitación de la torre. Era desgarrador escuchar los fuertes sollozos seguidos
del arrastre de pesados objetos pero el ama de llaves se sentía aliviada pues
el estrépito significaba que Victoria seguía ahí. Aunque no imaginaba en qué
condiciones.
El ama de llaves decidió que no se
quedaría cruzada de brazos viendo como la mujer destruía su vida, ya no podía
dejar que la situación continuara. Le escribió una carta al duque describiendo
detalladamente la alarmante situación y le instó a regresar de inmediato o si
no se vería obligada a recurrir a las autoridades quienes sin duda recluirían a
su pobre esposa en alguna institución pues su fragilidad mental era evidente.
Sabía que una amenaza así podía costarle el puesto pero no podía vivir consigo
misma si no hacía algo al respecto. Confiaba en que el duque, enfrentado a la
posibilidad de ser expuesto ante las autoridades por un descuido o de que su
reputación pudiera verse mancillada por tener una esposa con una severa
aflicción de ánimo, regresaría de inmediato.
Las desesperadas palabras del ama de
llaves surtieron efecto. Warren finalmente se dio cuenta de lo egoísta e
irresponsable que había sido. Había estado tan concentrado en su frustración
por haberse visto obligado a contraer matrimonio que no había reparado en que
su joven e inocente esposa estaba pasando por lo mismo. A fin de cuentas, ambos
estaban en la misma situación pero ella era la única que se estaba esforzando
por hacer de su unión un verdadero matrimonio. Se recriminó su comportamiento y
se prometió a sí mismo que no volvería a menospreciar lo que tenía con
Victoria.
Esa misma tarde partió hacia Somerset
pero sus viajes lo habían llevado demasiado lejos como para llegar tan pronto
como hubiera querido. La travesía le llevó varios días y cuando al fin llegó
era de noche y el castillo estaba en completo silencio. Todo estaba en penumbra
pero no le sorprendió, no esperaba que nadie estuviera ahí para recibirlo pues
en su afán por regresar cuanto antes no se tomó el tiempo siquiera para enviar
una misiva anunciando su llegada. No quiso despertar a la servidumbre, se
convenció de que lo hacía por consideración pero en el fondo se sentía
avergonzado de enfrentarlos. Temía que lo juzgaran, y con justa razón, por el terrible
descuido de su esposa.
Su corazón dio un vuelco al
encontrarse con la frágil figura de Victoria esperándolo al pie de la escalera
en cuanto entró al castillo. No hubo necesidad de palabras, la tomó en sus
brazos y no pudo evitar sollozar por lo cambiada que estaba. Su aspecto
macilento aunado a la piel reseca y el cabello opaco evidenciaban lo enferma
que estaba. Las antes rosadas mejillas no sólo habían perdido su color sino que
estaban hundidas y enfatizaban aún más las ojeras que enmarcaban unos ojos sin
brillo.
El duque se desplomó de rodillas
mientras le pedía perdón por su abandono. Le rogó que le diera una segunda
oportunidad y le aseguró que jamás volvería a dejarla. Victoria, comprensiva y
cariñosa, lo tomó de la mano y lo instó a que se pusiera de pie. Con una débil
sonrisa en el rostro lo llevó por todo el castillo mostrándole la decoración.
Warren temió que la caminata fuera demasiado extenuante para su débil esposa
pero la manera en que lo miraba mientras él contemplaba su obra, como si
esperara su aprobación, le hizo ver la enorme dedicación de su trabajo y no se
atrevió a arruinar el momento.
El duque estaba más que complacido
con el trabajo de Victoria, los pasillos fríos y desnudos a los que él estaba
acostumbrado estaban ahora llenos de colorido y calor de hogar. Warren se
sintió orgulloso y conmovido por el cariño con que ella había creado un hogar
para ambos. Felicitó a su joven esposa y elogió su buen gusto para después
cargarla hasta su habitación donde hicieron el amor toda la noche. Susurró
dulces palabras en su oído hasta que la frágil Victoria se durmió en sus
brazos.
A la mañana siguiente Warren despertó
con su esposa a su lado y se sintió verdaderamente feliz por primera vez en su
vida. En ese momento supo que todo lo que necesitaba en su vida estaba dentro
de ese castillo y juró que jamás volvería a descuidar a la joven mujer que
había aguardado pacientemente a que él comprendiera lo mucho que lo amaba. Le
dio un tierno beso en la cabeza y se levantó de la cama cuidadosamente para no
despertarla. Tomó sus ropas y salió sigilosamente de la habitación procurando
no hacer ruido, no quería despertarla pues debía estar fatigada. Además, quería
sorprenderla con un abundante desayuno en la cama, bajo su cuidado recuperaría
su salud. Le daría todo lo que ella siempre quiso y la amaría como merecía.
Los pensamientos de felicidad del
duque se vieron interrumpidos cuando, camino a la cocina, se encontró con el
rostro lóbrego del ama de llaves que rompió en llanto en cuanto estuvo frente a
él. El duque intentó calmar a la alterada mujer pero no había manera de
apaciguar los fuertes sollozos que terminaron por alertar al resto de la
servidumbre. En segundos estuvieron todos reunidos frente a Warren, cabizbajos,
expresando uno por uno sus condolencias.
El duque arremetió en insultos contra
todos por el extraño recibimiento. Consideraba que le estaban jugando una broma
de mal gusto ya que recientemente había visto a sus amigos más cercanos y
convivido con sus conocidos y todos gozaban de excelente salud. El ama de
llaves fue la única que se atrevió a mirar al alterado Warren a los ojos y
pedirle que le permitiera explicarle lo sucedido. La mujer respiró profundo
para controlar las lágrimas antes de proceder.
El día que el ama de llaves regresó
del pueblo tras mandar la carta en la que le informaba al duque sobre la
gravedad de la condición de su esposa ya no quiso esperar más. Decidió que
entraría en la habitación de la torre y sacaría a la mujer de ahí aunque
tuviera que arrastrarla, no le importaba que la amenazara ni que la odiara por
eso, no cuando su vida estaba en riesgo. Pero se encontró con que la habitación
estaba cerrada con llave y a pesar de que tocó la puerta insistentemente no
hubo respuesta. Mandó llamar al cerrajero y, temiendo lo peor, también envió
por el doctor.
Cuando se logró abrir la cerradura
hicieron un triste descubrimiento, la joven mujer yacía muerta sobre una silla
frente a uno de tantos cuadros recargados contra la pared. Sus ojos sin vida
apuntaban en dirección al lienzo. La escena costumbrista del cuadro debió ser
la última imagen que la desdichada Victoria vio antes de fallecer. El ama de
llaves se desmayó por la impresión pero las sales de amoniaco que el doctor le
suministró la ayudaron a recuperar el conocimiento.
Al ver nuevamente el cuerpo sin vida
de la pobre mujer estuvo a punto de entrar en crisis otra vez pues se culpaba a
sí misma por lo sucedido. Se recriminaba el no haber entrado en el cuarto esa
misma mañana pero el doctor le explicó que no hubiera servido de nada pues a
juzgar por las condiciones del cuerpo era evidente que la esposa del duque
llevaba muerta ya varios días, quizás semanas. El ama de llaves le aclaró que
eso no era posible pues la joven mujer nunca había dejado de caminar por los
pasillos, incluso la habían visto un día antes en varias estancias y se
escucharon ruidos dentro de la torre esa misma madrugada.
No está claro lo que el doctor pensó
sobre las declaraciones del ama de llaves, quizás creyó que la histérica mujer
intentaba justificar el obvio descuido de la salud de Victoria o que su mente
femenina era incapaz de procesar el que la señora de la casa perdiera la vida
mientras estaba bajo su responsabilidad. El doctor mandó llamar al resto de la
servidumbre y le sorprendió escuchar que todos, de una u otra manera, tenían
razones de sobra para asegurar que Victoria estaba viva hasta esa mañana.
El doctor consideró acusarlos de
conspiración por ocultar un cadáver putrefacto en esa habitación pero las
declaraciones de los sirvientes parecían sinceras y todos se veían claramente
consternados por la muerte de su señora. El doctor no podía explicar lo
sucedido pero estaba convencido de que, lo que fuera que haya pasado, no se
había obrado de mala intención y no parecía haber ahí crimen alguno qué
procesar. Siendo un hombre de ciencia, atribuyó los supuestos avistamientos de
Victoria por los pasillos a simples trucos de luz y sombra que engañaron a los ojos
de los cansados sirvientes. Culpó a las ratas de mordisquear los panecillos y
de tomar el té de las bandejas que dejaban afuera de la habitación. Sin mayor
problema dio su autorización para que se hicieran los arreglos funerarios.
Se intentó localizar al duque por
todos los medios pero no fue posible contactarlo, no pudieron hacerle llegar
ningún mensaje pues en su apuro por regresar al castillo nadie sabía qué
caminos había tomado ni en qué hospederías se quedaría. Esperaron lo más que
pudieron pero al final se vieron obligados a enterrar a la joven Victoria en el
panteón familiar detrás del castillo. Asumieron que eso era lo que él hubiera
querido.
Warren no daba crédito al extraño
relato del ama de llaves, era claro que le estaba mintiendo pero ¿por qué? ¿Qué
ganaba con todo esto? Miró a toda la servidumbre, la mayoría de los rostros lo
habían acompañado desde pequeño y no imaginaba la razón que tendrían para
inventar una historia tan cruel. El ama de llaves le juró que era verdad, le
pidió salir a ver la tumba y si eso no era suficiente para él entonces mandarían
llamar al doctor para que diera fe de lo sucedido.
El duque se enfureció por lo bien
montada que tenían la farsa y los acusó a todos de mentirosos. Les dijo que él
había visto con sus propios ojos a Victoria y que estaba tan viva como el día
en que se marchó. El ama de llaves, horrorizada, le explicó que eso no podía
ser posible pero el desesperado hombre insistió en la veracidad de sus
palabras. Dejando de lado el pudor y el decoro, reveló incluso que había
compartido el lecho con su esposa la noche anterior y que en estos momentos se
encontraba dormida plácidamente en la habitación, si no es que su descanso había
sido interrumpido por los regaños que se había visto obligado a proferir a su
desleal servidumbre. Aseguró que su macabra broma les costaría el puesto y su
reputación, él mismo se encargaría de verlos arruinados.
Los miembros de la servidumbre
intercambiaron miradas incómodas entre ellos, ninguno se atrevió a hablar hasta
que el más joven de ellos, el asistente del jardinero, se aventuró a sugerirle
al duque que subiera por su esposa para que fuera ella misma quien los
despidiera. Warren, enfurecido, corrió escaleras arriba mientras unos cuantos
se atrevieron a seguirlo. El ama de llaves se adelantó a todos y al llegar encontró
al duque parado bajo el marco de la puerta con la mirada perdida hacia el
interior de la habitación.
La mujer se acercó lentamente y le
preguntó qué sucedía pero el duque no contestó. Sólo estaba ahí, parado, sin
moverse ni hablar. El ama de llaves intentó entrar a la habitación pero Warren
bloqueaba el paso, estaba petrificado. Finalmente el mayordomo lo tomó por los
hombros y con mucha delicadeza lo apartó para que el resto pudiera entrar. El
horror se apoderó de todos los presentes al ver el cadáver putrefacto que yacía
en la cama en una posición tan serena que en verdad parecía que dormía
plácidamente. Si la descomposición del cuerpo no fuera tan evidente casi se
podría creer que estaba vivo.
A pesar del lamentable aspecto del
cadáver se podía ver que los restos eran de la difunta esposa del duque. Temiendo
que la pobre mujer hubiera sido víctima de profanadores de tumbas algunos
corrieron al panteón familiar esperando encontrar tierra removida o incluso el
ataúd abierto. Para su asombro, la tierra estaba sin perturbar y las flores que
se habían colocado el día anterior seguían ahí.
El temor que se había alojado en los
corazones de la servidumbre desde el día en que el doctor aseguró la
imposibilidad de haber visto a Victoria por los pasillos cuando ya estaba
muerta provocó en ese instante que unos cuantos hombres tomaran unas palas y
comenzaran a cavar. En su desesperación no tardaron mucho en llegar hasta el
ataúd y abrirlo sólo para descubrir, horrorizados, que estaba vacío.
Los rumores en torno a lo sucedido
fueron inevitables y pronto empezaron a circular todo tipo de versiones en los
alrededores. La teoría más popular y aceptada entre los lugareños era que el
duque no pudo soportar regresar a su hogar y descubrir que su adorada esposa
estaba muerta y que, en un episodio de locura, desenterró su cadáver para yacer
con ella. Había quiénes creían que Victoria, una esposa tan joven y hermosa, tuvo
un amorío aprovechando la larga ausencia del duque y que había sido asesinada por
su amante en un arranque de celos. Dijeron que su esposo profanó su tumba por
no creerla digna de ser enterrada en el panteón familiar, por adúltera.
No había manera de saber lo que
realmente sucedió pues todos los miembros de la servidumbre se rehusaron a
comentar al respecto, incluso entre ellos. Guardaron silencio como si con ello
pudieran borrar de sus vidas el inexplicable horror del que fueron testigos.
Desde el momento en que Warren contempló el cadáver de su esposa en el lecho
matrimonial esa fatídica mañana no volvió a pronunciar una sola palabra más.
Ante las miradas compasivas de la servidumbre se mudó a la habitación de la
torre. Pasaba sus días encerrado y sólo salía por las noches para deambular por
los pasillos admirando la decoración que con tanto esmero su esposa eligió.
Las pesquisas oficiales por lo
ocurrido concluyeron que no hubo crimen alguno y aunque hubo algunos que no
quedaron satisfechos con las investigaciones no tuvieron más remedio que aceptar
las declaraciones y eventualmente se fue perdiendo interés en la triste
historia del duque y su esposa. La mayor parte de la servidumbre permaneció
fiel a su empleador a pesar del excéntrico estilo de vida que había adoptado. El
ama de llaves continuó dejando bandejas con comida afuera de la habitación de
la torre, tal y como había hecho con Victoria en sus últimos días, pero ahora
para el desdichado viudo. No le sorprendió encontrarlo muerto un par de años
más tarde, en la misma silla en que su joven esposa falleció.
La propiedad fue vendida poco tiempo
después y aunque el nuevo dueño ofreció mantener a la servidumbre en sus
puestos ninguno de ellos aceptó quedarse. Al poco tiempo el castillo fue puesto
en venta nuevamente, cambiando de manos muchas veces a través de los años. Los nuevos
dueños daban todo tipo de argumentos para querer deshacerse de la propiedad,
desde problemas de humedad hasta corrientes de aire e infestaciones en las
bodegas.
Algunos pocos se atrevieron a decir,
bajo la más estricta de las confidencias, que el verdadero problema era la
decoración. Decían que era inútil colgar y descolgar cuadros y cambiar muebles y
piezas decorativas de lugar porque a la mañana siguiente todo estaba nuevamente
tal cual estaba el día en que llegaron. Hay quienes dicen que todavía se puede
ver al duque y a su esposa por los pasillos, tomados del brazo, admirando la
decoración que finalmente quedó terminada.
lunes, 16 de octubre de 2017
Deseo en las profundidades
La vida en
Madora, una isla situada en el mar Egeo en el siglo XIX, transcurre
pacíficamente para Kriszta, una joven que dedica sus días al trabajo y al
cuidado de sus seres queridos. Ella se esfuerza por dejar atrás un pasado
difícil pero la sospecha de que su familia oculta un terrible secreto la
atormenta.
La joven
encuentra alivio a sus penas en las aguas que rodean la isla pues desde pequeña
se siente cautivada por la belleza del mar y los misterios que se ocultan en
las profundidades. Su existencia solitaria cambia cuando conoce a Talio, un hombre
carismático al que no parece importarle su pasado ni los convencionalismos.
Kriszta no
tiene intenciones de enamorarse, sobre todo ahora que está tan cerca de descubrir
la verdad sobre su familia. Teme dejar entrar a alguien en su corazón sólo para
perderlo si las revelaciones confirman sus suposiciones. Lo que no imagina es
que Talio guarda un secreto mayor a cualquier otro, uno que no sólo pondrá a
prueba su amor sino que la hará cuestionar todo en lo que siempre ha creído.
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miércoles, 30 de diciembre de 2015
Armonía Inesperada
Jennifer aceptó un trabajo
fuera de su país pensando que sería una gran oportunidad para conocer el mundo
y pagar los considerables gastos médicos por los problemas de salud de su
madre. Al dejar Norteamérica nunca imaginó que su empleo sería en una de las
zonas afectadas por la Segunda Guerra Mundial que apenas había terminado unos meses
atrás.
Sus nuevas compañeras de
trabajo le advierten sobre el dueño de la empresa, un hombre apuesto pero estricto
y malhumorado. Jennifer cree que exageran hasta que ve lo distante que se
comporta con sus empleados, sobre todo con las jóvenes como ella, pero intuye
que hay en él mucho más de lo que aparenta. Conforme va descifrando el enigma
que es su jefe, va también descubriendo aspectos sobre ella misma que ignoraba.
Ahora hay una nueva pasión
en su vida que la consume y Jennifer, que siempre ha hecho lo correcto y que
nunca ha tomado riesgos innecesarios, está confundida. ¿Se atreverá a perseguir
su felicidad sabiendo que el precio puede ser su propio corazón?
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viernes, 30 de enero de 2015
Encantamiento Prohibido
En el siglo XVI Florencia
se encuentra en pleno auge artístico y literario pero la distinción de clases
sociales, la superstición y la misoginia se mantienen. Aradia, una joven con grandes
sueños, se enamora de un hombre que pertenece a un mundo muy diferente al de
ella.
A pesar de tener todo en
su contra, la intensa pasión que surge entre ellos los lleva a luchar por su
amor y a enfrentar las implicaciones políticas y religiosas de su relación.
Pero no sólo sus diferencias los separan, en una época de intolerancia y
persecución, Aradia oculta un secreto que puede costarle la vida.
¿Renunciará al hombre que
ama o arriesgará todo por él? Descúbrelo en smashwords.com
jueves, 20 de marzo de 2014
300 y contando
La película 300,
basada en los comics de Frank Miller y dirigida por Zack Snyder en 2007, es una
de mis películas favoritas, no sólo porque visualmente es impresionante sino
por las emocionantes escenas de acción. Claro que tener a 300 hombres con
cuerpos perfectos luchando con espadas en cámara lenta es otro punto a favor de
esta brillante producción.
Suele suceder que aquellas películas que son todo un
éxito en taquilla también son altamente criticadas y 300 no fue la excepción. Más tardaron los protagonistas en desfilar
por la alfombra roja en la premier que los historiadores en brincar para
expresar su inconformidad. Desde la vestimenta de Leónidas y su “escolta
personal” hasta aspectos clave del sistema militar espartano, los críticos
parecían empeñarse en encontrar defectos en una producción que nunca prometió
ser históricamente exacta.
Frank Miller explicó en una entrevista que las
inexactitudes eran intencionales para efectos visuales y dramáticos ya que su
intención nunca fue dar una clase de historia. Aun así, 300 nos da una idea bastante acertada de la vida de los espartanos
quienes comenzaban su entrenamiento militar desde muy pequeños. Se les enseñaba
a dar respuestas cortas e inteligentes, si contestaban con evasivas o peroratas
eran castigados. Quizás por eso hay tantas líneas cortas pero memorables salpicadas
por toda la película.
También vemos que la reina Gorgo es una mujer culta de
gran autoridad y Leónidas siempre toma en cuenta su opinión. Esto también
refleja la realidad, las mujeres no sólo recibían educación formal desde niñas
sino que no había sociedad en el mundo antiguo en el que el género femenino tuviera
mayor libertad y poder económico que en Esparta. La batalla de las Termópilas
también sucedió y Leonidas logró detener el avance del ejército persa durante
dos días hasta que Efialtes mostró a los invasores cómo llegar hasta la
retaguardia de las líneas griegas.
La realidad es que no sólo había 300 espartanos
bloqueando el paso en las Termópilas, también había 700 tespios, 400 tebanos y
quizás algunos cientos soldados más y no hay registro alguno de que Efialtes
fuera un jorobado deforme, al parecer sólo era un maldito traidor. Pero estas y
muchas otras licencias históricas que Frank se tomó dieron como resultado una impresionante
aventura épica. Quizás los críticos no comprendieron el surrealismo de la obra
de Miller o tal vez se les olvidó como disfrutar de una buena historia, como
haya sido, los detractores de 300 no
afectaron a las ganancias millonarias que generó ni al impacto que tuvo en la
cultura pop.
300:
El nacimiento de un imperio es la esperada secuela que muestra
una batalla paralela a la de Leónidas. Aquí vemos el origen de la divinidad de
Jerjes, la batalla de Artemisio y la batalla de Salamina. Temístocles,
interpretado por Sullivan Stapleton, es el encargado de liderar al ejército que
intenta detener a Jerjes pero nunca imaginó que se encontraría con un enemigo
más formidable: la guapísima Eva Green en forma de Artemisia.
Stapleton no logra ejercer la misma fascinación que
Gerard Butler como Leónidas, le faltó carisma como actor principal. La tarea no
era nada fácil al tener como contraparte a Green quien interpreta
magistralmente a cualquier villana que le ofrezcan. No tardamos mucho en olvidarnos
de Temístocles y sus ideales después de ver a Artemisia y la historia de su
vida. Sus habilidades militares y su arrolladora personalidad no dan tregua al
resto de los protagonistas.
Esta secuela es visualmente cautivadora al igual que la
primera entrega pero se pierde el factor asombro al no mostrarnos nada nuevo en
lo que a gráficos se refiere. Esto no resta emoción a las batallas, los ataques
en el mar son impresionantes y la sangre que sale de las heridas y parece
congelarse en el aire antes de bañar todo a su alrededor no pierde su encanto a
pesar de que está presente casi en cada cuadro.
No se ve tanto de Jerjes como se esperaría pero no
importa, Artemisia basta y sobra como enemiga. Es una lástima que Green no haya
compartido pantalla con Butler ya que era una adversaria digna del
impresionante Leónidas. Cuando Artemisia se enfrenta a Temístocles es fácil
olvidarse que se supone que el héroe es él y no ella.
300:
El nacimiento de un imperio, al igual que su
predecesora, no es precisamente fiel
a la historia de Grecia pero es innegable que es emocionante, esta película
tiene acción de principio a fin, no tiene ni un momento lento o que sobre.
Queda claro que no estuvo a la altura de 300,
pero Eva Green se encargó de que le faltara muy poco así que no es de
sorprender que esta secuela haya tenido gran éxito en taquilla ni que ya se
esté en pláticas para otra entrega. Después de habernos mostrado a Leónidas y
después a Artemisia, no será tarea fácil para los productores encontrar actores
de peso que puedan crear otros personajes tan memorables.
La imagen utilizada es el póster oficial de la película
y es propiedad de la productora.
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