lunes, 30 de abril de 2012

No se la pueden perder



Desde fantasmas, vampiros, zombis y monstruos hasta asesinos en serie y psicópatas, todos hemos disfrutado y hasta sufrido con las películas de miedo. De niña me aterraban y me ocasionaban terribles pesadillas pero por alguna razón, incomprensible para mí a esa edad, insistía en verlas. Con el tiempo, ya entrando en la adolescencia les fui tomando el gusto y finalmente me declaré oficialmente fan de este género.
El temor que provocaban las terroríficas escenas en la pantalla pronto fue sobrepasado por mi propia, y traicionera, imaginación cuando tenía entre mis temblorosas manos un libro de Stephen King. A pesar del miedo leía hasta el final. Algunos buscan la adrenalina al lanzarse en paracaídas o escalando montañas, otros tienen romances prohibidos o corren riesgos innecesarios pero a mí me basta con una buena dosis de tensión y sustos provocados por una película, libro o, en este caso, una excelente obra de teatro como la que tuve oportunidad de ver la semana pasada: La Dama de Negro.
Esta obra está basada en la novela escrita por Susan Hill en 1983. Se presenta en Londres desde 1989 y recientemente cumplió 18 años ininterrumpidos en México. La historia se centra en Arthur Kipps, un abogado cuyo trabajo lo lleva a un pequeño pueblo donde debe encargarse de los asuntos de Alice Drablow, una clienta que acaba de fallecer.
La acertada puesta de teatro dentro del teatro nos lleva a descubrir la historia de la mano de dos talentosos actores: Odiseo Bichir y Benjamín Rivero. Un traumatizado Kipps pide la ayuda de un director de teatro para que le ayude a contar los escalofriantes hechos que han marcado su vida. Es así como Bichir y Rivero nos transportan al deprimente y lúgubre pueblo donde se encuentra la mansión donde Kipps vivirá momentos terroríficos al encontrarse con la espectral figura de una mujer.
La perfecta sincronización de sonido, iluminación e incluso humo hace al espectador temblar de miedo en su asiento esperando ver a la Dama de Negro aparecer en cualquier momento y lugar ya que los actores no se limitan a representar su papel sólo arriba del escenario. Las reacciones del público que van desde pequeños sobresaltos hasta la histeria colectiva son parte y al mismo tiempo muestra del éxito de esta puesta en escena.
Así que si tienen ganas de asustarse un rato no dejen de asistir a esta obra cuando esté en su ciudad. Mientras tanto pueden irse ambientando con la película The Woman in Black con Daniel Radcliffe, actor que conocimos como Harry Potter. Difiere un poco de la obra pero es igual de espeluznante y aunque en los momentos más angustiosos me sentí tentada a gritar “¡Expecto patronum, Harry!” debí recordarme a mí misma que era sólo una película, no era real ¿o sí?

La imagen utilizada es tomada del póster oficial de la obra de teatro y es propiedad de la productora.

domingo, 29 de abril de 2012

Descubriendo a nuevos autores

Visiten Editora Digital para descubrir a nuevos y talentosos autores.
Personajes para enamorarse, aventuras para emocionarse y mucho más.

jueves, 26 de abril de 2012

Envuelto para regalo

Les comparto este relato que se publicó en la edición Navideña de la Revista Red de Editora Digital, espero les guste.


Contemplé con desgano el tazón con motivos navideños que Lauren sostenía frente a mí sacudiéndolo juguetonamente para hacer bailar a los papelitos que contenía, seguramente había pasado toda la mañana doblándolos cuidadosamente.
-No creo que pueda participar, lo siento- dije preparando en mi cabeza la excusa que daría para evitar el tan odiado intercambio de regalos que la organizadora oficial de eventos en la oficina, Lauren, preparaba cada año. En realidad era la asistente del dueño del prestigiado bufete de abogados en el que trabajaba pero parecía dedicarse más a celebrar cuanta fecha especial marcaba el calendario que a cumplir con labores secretariales.
-Debes hacerlo, Maxine, incluí tu nombre y llevo buena parte de la mañana repartiéndolos, seguramente alguien ya sacó tu papel y está pensando en el regalo perfecto- dijo acercando aún más el tazón a mi rostro.
Elegí un papel con resignación y lo desdoblé sabiendo que Lauren no se alejaría de mi escritorio hasta comprobar que leía su contenido. Por lo general convivía con mis compañeros de trabajo y participaba en sus dinámicas pero no me sentía con ánimos de celebrar la época. Lo peor de todo es que, a pesar de que aún faltaban dos semanas todo parecía indicar que la Navidad llegaría más rápido este año. Las tiendas departamentales habían empezado a exhibir árboles y esferas cuando aún se vendían las decoraciones para Halloween y la oficina ya estaba convertida en una maraña de esferas y guirnaldas desde hacía un mes. Lo peor era la nieve falsa embadurnada en los ventanales que dividían las oficinas y los suéteres con renos y muñecos de nieve que por alguna razón desconocida, por lo menos para mí, parecían gustarles tanto a algunos de mis compañeros de trabajo. Me encantaba mi trabajo como abogada, la paga era buena y llevaba casos cada vez más importantes pero me dedicaba tanto a mi carrera que no parecía tener tiempo para nada más. Cuando acepté el trabajo en Nueva York sabía que estaría lejos de mi familia pero confiaba en que siempre podría regresar a casa para Navidad. Así fue los primeros años pero para los últimos no me había sido posible por cuestiones laborales y para no sentirme melancólica trabajaba hasta tarde. Para divertirme siempre podía contar con mi mejor amigo Jamie con quien disfrutaba la vida nocturna de la ciudad y como él también vivía alejado de su familia nos acostumbramos a celebrar juntos las fechas importantes en los mejores restaurantes y clubes. Este año no sería así, después de tantos ligues casuales Jamie había conocido a un guapo y exitoso empresario con el que comenzó una relación seria y en estos momentos se encontraban bronceándose en una playa en Hawai. Me alegraba por él pero parte de mí sentía un poco de celos porque él se divertía mientras yo debía buscar un regalo para Glen, de contabilidad, a quien casi ni conocía. Esos intercambios de oficina siempre terminaban igual, dando y recibiendo regalos impersonales que van a dar a un cajón.
-Se respira el espíritu Navideño en el aire ¿no lo crees?- dijo Mr. Troy, mi jefe, asomándose a mi oficina.
-Creo que es el aromatizante a pino que Lauren ha estado esparciendo durante todo el día- dije.
-Max, no me digas que no te sientes inundada por sentimientos de paz y amor en esta época.
-Somos abogados, evitar esos sentimientos es lo que nos hace buenos en nuestro trabajo- dije alzando la ceja.
Mr. Troy comenzó a reír, era un buen hombre, demasiado alegre y optimista para ser abogado quizás pero cuando se trataba de ganar un caso era implacable. No sólo era mi jefe sino mi mentor, se había arriesgado hace unos años al contratarme recién graduada y sin referencias. Era tan paternalista conmigo que a veces me parecía que me había adoptado más que contratado, tal vez porque extrañaba a sus hijos que vivían en otra ciudad. Rara vez lo visitaban y cuando lo hacían me parecía que sólo lo veían para pedirle dinero.
-Necesito que te ocupes de unos trámites para la apertura de un restaurante- dijo Mr. Troy –Permisos, licencias, todo lo que se requiera- debió haber visto el desconcierto en mi rostro cuando continuó –Sé que este tipo de trabajo puede hacerlo alguno de los asistentes, no es gran cosa pero el cliente es mi sobrino y quiero que todo esté bajo control.
-Sí, no se preocupe, Mr. Troy, me encargaré de todo- dije sonriendo para ocultar mi inconformidad, no me emocionaba la idea de ser la niñera de un hijo de millonario al que le compraban un restaurante para que jugara al empresario. Sus primos eran así, seguramente él era igual.


-Pasa, Max, te presento a mi sobrino, Ryan Troy- junto a mi jefe estaba el hombre más atractivo que había visto en mi vida –Ella es Maxine, nuestra abogada estrella, se encargará personalmente de todos los trámites para el restaurante, confía completamente en ella para cualquier duda o problema.
-Mucho gusto, Mr. Troy- dije estrechando su mano intentando disimular el impacto que me causó el contacto con su fuerte y varonil mano. El sobrino de mi jefe vestía un traje oscuro de corte europeo, era alto, de piel clara con un ligero bronceado y cabello color miel en un corte sencillo e impecable que enmarcaba un rostro con facciones masculinas y quijada bien definida. Tenía unos ojos gris oscuro que parecían penetrar hasta lo más profundo de mi alma. Era tan apuesto que cuando sonrió y dejó ver unos perfectos dientes blancos casi esperé ver un destello como el que aparece en los príncipes de cuento.
-Llámame Ryan, por favor, es un placer conocerte al fin, mi tío habla maravillas de ti- dijo sosteniendo la silla para que me sentara.
Respiré profundo y logré comportarme durante la reunión a pesar de que todo el tiempo sentía la mirada atenta de Ryan. Cada vez que volteaba en su dirección me sonreía amablemente. De regreso en mi oficina me desplomé en la silla y sacudí la cabeza para despejarme, no podía dejar que ese hombre me alterara, seguramente era sólo un niño rico al que le habían regalado todo en su vida, era innegable que era apuesto pero ese tipo de hombres solían ser verdaderos patanes.


Ese día trabajé hasta tarde y mientras esperaba al ascensor Ryan se paró junto a mí -Parece que somos los últimos en salir- dijo.
-No sabía que seguías aquí, pensé que ya se habían ido todos- dije secamente.
-Quería revisar mis correos y mi tío me permitió usar su oficina, creo que perdí noción del tiempo.
Sonreí y fijé mi vista en los números sobre las puertas del ascensor como si con eso pudiera apresurar su llegada, ese hombre no sólo era imponente sino que despedía una varonil fragancia que me hacía fantasear con saborear su piel ¿Qué me estaba pasando? Ni siquiera lo conocía, además era sobrino del jefe, no debía traicionar la confianza de Mr. Troy. Por un momento imaginé a Jamie parado a mi lado diciéndome “Si tú no lo quieres, yo sí” como solía hacer cada vez que me acobardaba para abordar a un hombre. Cuando finalmente entramos en el elevador sentí frío y mientras me ponía la chaqueta sonó mi celular. En mi desesperado intento por contestar y tener así una excusa para no charlar con Ryan terminé con un brazo atorado en una manga mientras intentaba torpemente mantener colgado mi bolso en el otro. Sujeté el celular apresándolo entre mi cara y el hombro en un precario acto de equilibrio.  Era Jamie quien llamaba para contarme lo bien que iba todo y lo preocupado que estaba por dejarme sola.  Ryan me ayudó a terminar de colocar mi chaqueta e incluso sostuvo mi bolso pacientemente mientras metía mi brazo en la otra manga.
-Gracias- dije tras terminar la llamada sintiéndome un poco avergonzada.
-De nada- dijo sonriendo –Parecía una llamada importante.
No era mi intención conversar con él y mucho menos revelar algo de mi vida personal pero antes de que me diera cuenta ya habíamos llegado al estacionamiento y yo seguía contándole sobre mi amistad con Jamie.
-Debes extrañarlo, me encantaría conocerlo- dijo Ryan acomodando el cuello de mi chaqueta para que me protegiera del fuerte viento que soplaba.
-Sí, quizás algún día vayamos a cenar a tu restaurante- di un paso atrás, nerviosa  -Me encargaré de los permisos y luego me comunico contigo.
-Te acompaño ¿dónde está tu coche?
-No, gracias, está aquí a unos pasos, adiós- me di media vuelta y caminé  hasta mi auto que estaba a más de unos pasos, más bien a dos hileras de coches de distancia. Cuando al fin llegué a mi vehículo volteé discretamente y ahí estaba Ryan justo donde lo dejé levantando su mano en señal de despedida.


En cuanto tuve lista la documentación le pedí a Amy, mi secretaria, que citara a Ryan para firmar los papeles, creí que estaría a salvo de su encanto en mi oficina ya que sería una reunión estrictamente profesional.
-A las dos de la tarde en el restaurante, ya te dije que debe estar ahí para recibir la mercancía- repitió Amy al ver mi descontento.
-No lo entiendo ¿No pudo encontrar a alguien que lo hiciera por él? Ahora debo ir hasta allá y perder mi hora de la comida para llevarle los documentos- dije molesta ante la idea de encontrarme con él fuera de mi territorio.
-Le gustas- dijo Amy observando divertida mientras yo corría por toda mi oficina.
-¿De qué estás hablando? No inventes, mejor ayúdame a buscar mi bolsa, se me hace tarde- me detuve por unos segundos -¿dónde…?
-Es demasiado obvio- me entregó la bolsa que estuvo en el sillón junto a la puerta todo el tiempo -¿No lo encuentras atractivo?
-Tendría que estar ciega para no hacerlo pero ese no es el problema.
-Entonces ¿cuál es? Parece el regalo perfecto para desenvolver en Navidad, no me importaría encontrar un hombre así bajo el árbol.
-Hay miles de razones, es el sobrino de mi jefe, casi no lo conozco y ¡ah! Se me olvidaba, no estoy interesada en él- dije sarcásticamente antes de encaminarme hacia el elevador.
-Quizás si te repites eso lo suficiente empieces a creerlo ¡buena suerte!- dijo Amy tan fuerte que varios compañeros de trabajo voltearon a vernos.


La decoración del restaurante resultaba invitante y no pretenciosa como creí.
Un hombre que cargaba unas cajas me indicó que Ryan se encontraba al fondo, en la cocina. En cuanto abrí la puerta percibí un olor delicioso, sólo había tomado un café en la mañana y estaba hambrienta. Mi corazón dio un vuelco cuando vi a Ryan sacando una charola del horno, traía puestos unos jeans y una sencilla playera negra que me permitían ver un cuerpo bien formado y musculoso.
-Hola… veo que estás ocupado, no te quitaré mucho tiempo, sólo necesito tu firma y me voy- sostuve en alto la carpeta con documentos.
-¿Tienes hambre?- dijo mientras colocaba la charola en una mesa.
-Yo… no…- Antes de que pudiera contestar se acercó con un tenedor en la mano con una generosa porción de humeante y cremosa pasta con especias. Estaba desconcertada pero no quería rechazarlo así que abrí la boca y permití que introdujera el tenedor suavemente –Está delicioso… en cuanto a los documentos…
-Siéntate, te serviré un plato- me acercó una silla y comenzó a servir una copa de vino.
-No debería tomar nada, debo regresar al trabajo.
-Es sólo una copa y sé que mi tío disfruta un buen vino a la hora de la comida así que no creo que te recrimine el que disfrutes del mismo placer.
-Te iré explicando cada documento antes de que lo firmes, no olvides que a eso he venido- dije un poco más fría de lo usual.
-Después, cuando terminemos la comida- estaba a punto de abrir la boca para protestar cuando prosiguió –Además tengo algo que consultarte y es completamente relacionado con el restaurante, como mi abogada puedo pedir tu consejo ¿no es así?
-Así es, estoy aquí para apoyarte en lo que necesites- dije seria.
-Aún estoy probando recetas, así que necesito que compartas esta comida conmigo y me des tu opinión.
-Ya la probé, definitivamente recomendaría este lugar ¿algo más?
-Preparé otros platillos, este es sólo el primer tiempo. Algo me dice que eres una mujer que no se anda con rodeos así que confío en que seas sincera.
-La crítica de comida no es mi área pero…- suspiré resignada -creo que puedo ayudarte, podemos revisar los documentos entre cada platillo.
Ryan sonrió y alzó su copa. Ese hombre era peligrosamente encantador y aunque yo tenía experiencia estableciendo límites con clientes, nunca me había sentido tentada a cruzar esa línea hasta ese momento. Mientras más lo conocía más me sentía atraída hacia él. No era el niño rico que yo creía, se había abierto camino por sus propios medios tras la muerte de sus padres. Primero consiguiendo una beca en administración y luego trabajando en Europa mientras adquiría conocimientos culinarios. Logró ahorrar lo suficiente para regresar a Nueva York y abrir su propio restaurante. Pude haberme quedado toda la tarde escuchándolo mientras me perdía en sus hermosos ojos grises, mi parte romántica quería hacerlo pero la otra, la racional, sólo quería conseguir su firma y salir corriendo. La parte racional ganó.


Amy llevaba varios días fulminándome con la mirada y recriminándome el que fingiera estar demasiado ocupada para atender las llamadas de Ryan. Todos los trámites estaban en proceso así que no había motivo para verlo pero esa mañana Amy me informó con una gran sonrisa en el rostro que debía encontrarme con él en el centro comercial por la tarde.
-Me parece un lugar un tanto inusual para hablar de negocios- dije estrechando la mano de Ryan.
-Me alegro que hayas venido, necesito tu ayuda- sin soltar mi mano me llevó dentro del establecimiento –Voy a tener una comida privada en el restaurante y no tengo decoraciones navideñas, así que necesito el consejo de mi abogada para evitar que me demanden por ausencia de espíritu navideño.
-No creo que algo así califique como una cuestión legal, lo siento pero no puedo ayudarte con esto, debo regresar a la oficina.
-No te preocupes, Amy me llamó para informarme que mi tío quiere que le dediques toda la tarde a este asunto- dijo con una sonrisa de satisfacción.
¡Podría matar a Amy! Era una entrometida, sabía que sus intenciones eran buenas pero me estaba complicando la vida. Entre el gentío, la ensordecedora música navideña y los empujones, Ryan y yo conseguimos todo lo necesario para ambientar el restaurante. Poco a poco su amabilidad y sentido del humor vencieron mi resistencia y respondí a todas sus preguntas sobre mí en el área de comida saboreando chocolate caliente y galletas. No me había sentido tan bien en años, la plática fluía libremente, no había silencios incómodos y me derretía cada vez que me sonreía como si me conociera de toda la vida.
-Gracias por ayudarme, no hubiera podido hacerlo sin tu ayuda- dijo sosteniendo abierta la puerta de mi coche en el estacionamiento.
-Te las hubieras arreglado sin mí pero me alegra que me hayas invitado… o engañado para que viniera, como quieras verlo, la pasé muy bien- el viento arreció y un mechón de cabello cubrió mi rostro.
-Yo también- dijo acomodando mi cabello tras la oreja –Podremos pasar más tiempo juntos en la comida- Su mano se deslizó hacia mi nuca, el cálido contacto con su piel me hizo temblar. Nuestros rostros se acercaron, coloqué mi mano sobre su pecho y pude sentir el rápido palpitar de su corazón.
-¿Qué comida?- dije apartándome súbitamente -¿A qué te refieres?
-Al festejo de Navidad de la oficina, esa es la comida privada que te comenté, quiero agradecerle a mi tío por su apoyo. En el bufete trabajan muy duro todo el año y merecen un lugar apropiado para realizar su intercambio de regalos.
-¡El intercambio! Lo olvidé por completo, debo irme- subí al coche y me alejé como un bólido pensando qué regalo comprar.


Llevaba todo el mes repudiando la decoración festiva pero en cuanto entré al restaurante lleno de motivos navideños me sentí nuevamente como cuando era una niña, recordé lo mucho que me gustaba esa época y lo feliz que era celebrando al lado de mi familia y la extrañé más que nunca. Tuve el estómago hecho un nudo toda la mañana anticipando la fiesta de la oficina, ansiaba ver a Ryan pero también había decidido que no sucumbiría al deseo, no sería profesional de mi parte involucrarme con un cliente. Logré pasar toda la fiesta alejada de él enfrascándome en conversaciones con compañeros de trabajo con los que no solía hacerlo. De vez en cuando miraba de reojo buscándolo entre los asistentes y lo veía yendo de aquí para allá dando indicaciones a su personal para que no faltara comida ni bebida. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban intercambiábamos sonrisas de complicidad. La fiesta debía llegar a su término pronto para que los invitados pudieran irse a pasar la víspera con sus respectivas familias y al darme cuenta que yo era la única a la que nadie estaba esperando en casa me pareció que debía retirarme antes de deprimir a cualquiera que preguntara por mis planes para Navidad.
-¿Adónde crees que vas?- Mr. Troy me alcanzó en la puerta –No puedes marcharte ahora, estamos a punto de comenzar el intercambio de regalos.
-Debo irme… tengo otro compromiso pero ya le dejé a Lauren el regalo que traje para Glen.
-No puedes irte, no hemos pasado tiempo juntos- Ryan apareció a un lado de su tío.
Mr. Troy puso la mano sobre el hombro de su sobrino –Quizás tú puedas convencerla de que se quede- dijo y se alejó.
-No he podido dejar de pensar en ti, por favor, quédate- sonrió.
-Lo siento pero no puedo- dije desviando la mirada –tengo una cita… debo ir a… a…- en cuanto me atreví a mirar sus seductores ojos supe que estaba perdida, me sentía desarmada frente a ese hombre –Debo ir a casa a esperar la visita de tres espíritus, me preocupa en especial el de las navidades futuras.
Ryan soltó una carcajada –Ya he escuchado ese cuento antes- dijo tomando mi mano. Sentí el cálido contacto de su mano como electricidad que recorría mi cuerpo. Me condujo de vuelta al restaurante para comenzar el intercambio de regalos, Glen parecía satisfecho con el set de agenda y pluma que le di. Cuando fue mi turno me sorprendió ver que Mr. Troy se acercaba a mí con un sobre en la mano.
-Feliz Navidad, Max- me abrazó –Sé lo duro que trabajas, mereces lo mejor en la vida, espero que seas muy feliz.
-Mr. Troy, estoy orgullosa de trabajar para usted, le agradezco todo lo que ha hecho por mí, es un honor que a usted le haya tocado mi nombre.
-Se aseguró de ello- me dijo Lauren al oído, evidentemente los tragos de más le habían soltado la lengua –tu nombre nunca estuvo en el tazón, así me indicó que lo hiciera- se encogió de hombros antes de dar otro sorbo de la copa que balanceaba peligrosamente entre sus dedos.


Ni siquiera me di cuenta cuando todos mis compañeros se marcharon, Ryan y yo parecíamos estar en nuestro propio mundo mientras tomábamos vino y charlábamos. Estaba oscureciendo y en cuanto las luces de la calle se encendieron vimos finos copos de nieve que comenzaban a caer.
-Ya es tarde, es hora de irse- dijo Ryan besando mi mano.
-Supongo que pasarás la víspera de Navidad con tu tío- dije intentando ocultar mi decepción –lo mejor será retirarme antes de que las calles estén cubiertas de nieve- en cuanto me levanté del asiento Ryan se paró y me atrajo hacia él tomándome de la cintura. Me miró a los ojos y me besó apasionadamente.
-Me refería a nosotros, quiero celebrar la Navidad contigo, si me lo permites- dijo sosteniendo mi barbilla entre sus dedos índice y pulgar. Asentí con la cabeza aceptando la dulce derrota, fui incapaz de resistirme a él. Cuando se retiró a apagar luces y cerrar puertas tomé el sobre que Mr. Troy me había dado y lo abrí esperando encontrar en su interior un certificado de regalo para una tienda o spa pero en su lugar hallé una carta que decía lo siguiente:

Mi querida Maxine:
En busca del regalo perfecto para ti me di cuenta que lo único que podía darte es aquello que jamás te darías a ti misma: la oportunidad de encontrar el amor. A través de los años te he visto rechazar un pretendiente tras otro y aunque ninguno parecía ser el indicado me preocupaba que cuando llegara el hombre correcto no le permitieras entrar en tu vida. Es por eso que te puse a cargo de los trámites del restaurante de Ryan y solicité la ayuda de Lauren y Amy. Quería presentarlos desde hacía meses pero sabía que no pasarías tiempo con él a menos que se tratara de un asunto de trabajo. Ryan es un gran hombre, es leal, honesto, sincero y trabajador. Es digno de ti y tú eres la mujer ideal para él. Feliz Navidad.

P.D. Ryan no está enterado de todo esto, cree que tuvo mucha suerte de que las circunstancias los llevaran a conocerse y no veo necesidad de delatarme como el romántico incorregible que soy, confío en que será nuestro pequeño secreto.

Ryan me abrazó por detrás y besó mi cuello -¿Qué te regaló mi tío?
-La mejor Navidad de todas.






miércoles, 25 de abril de 2012

Rebeca Fryes



Rebeca Fryes, la protagonista de Sentimientos varados nunca imaginó que su estable y protegida vida se convertiría en una apasionante aventura de la noche a la mañana. Quiero platicarles las circunstancias que llevaron a Rebeca Fryes a descubrir la fortaleza que nunca creyó tener.

En la Inglaterra del siglo XVIII, cuando la mayoría de las jovencitas de clase acomodada debutaban en sociedad buscando lograr un matrimonio provechoso, la tímida e ingenua Rebeca se sentía afortunada por no encontrarse en esa posición y poder pasar los días en casa de sus padres teniendo como única compañía a sus tutores y a la empleada doméstica que le proporcionaba el cariño que sus padres, Henry e Irene, no le daban por dedicarse exclusivamente a su vida social.
La vida de Rebeca da un vuelco cuando las finanzas de sus padres comienzan a disminuir. La búsqueda por un pretendiente adinerado comienza ante el disgusto de la introvertida joven quien acepta su cruel destino con resignación porque su familia está en bancarrota. Sabe que es momento de olvidar sus fantasías adolescentes sobre enamoramientos y finales felices.
Cuando estaba resuelta a casarse con el repugnante hombre que sus padres eligieron para ella, regresa a su vida un rostro familiar de su infancia, se trata del mejor amigo de su padre: Richard Blumfield, un apuesto hombre que era amable, bondadoso e inteligente. Él siempre la había procurado desde que la conoció hasta el momento en que desapareció misteriosamente sin explicación alguna cuando ella era sólo una niña. Ahora formaba parte nuevamente de su vida, regresando en el momento en que ella más lo necesitaba y aunque era 20 años mayor que Rebeca, ella lo acepta gustosa alegrándose de tener por esposo a un hombre al que le tenía tanto afecto. La joven no lo amaba pero confiaba en que lo haría algún día, estaba decidida a ser una fiel y cariñosa esposa para Mr. Blumfield. Sus padres no cabían de gozo ya que, no sólo era millonario, sino que había sido recientemente designado como gobernador de una colonia inglesa situada en una isla en la ruta comercial más transitada del Océano Atlántico.
Rebeca se ve obligada a dejar atrás su pasado para embarcarse rumbo a su nuevo hogar al lado de su esposo, el gobernador. La inexperta joven busca adaptarse y agradar a los habitantes de la isla pero pronto se dará cuenta que su nueva vida dista mucho de lo que soñó.
Cuando conoce a Guillaume Lefevre, un encantador joven francés que despierta en ella sensaciones que nunca imaginó, se esfuerza por reprimir sus sentimientos, sabe que debe ser fiel a su esposo y a sus principios. Rebeca se debate ahora entre el honor y el deseo; la razón y el corazón. Guillaume era todo lo que su esposo no era, poseía una intensidad y alegría por la vida que cautivó a Rebeca desde el instante en que se perdió en lo profundo de sus ojos azules.
Toda su vida se le instruyó para dejar de lado sus sentimientos y atender a la razón. Les prometió a sus padres que sería buena y obediente con Mr. Blumfield, quién la eligió a ella como esposa aún cuando él era considerado uno de los solteros más cotizados de Londres salvando a sus padres de una situación económica insostenible. Todos le habían repetido hasta el cansancio lo afortunada que era por tenerlo como esposo. Había razones de sobra para no entregarse a la pasión que la atormentaba pero amaba a Guillaume, lo deseaba tanto que la vida sin él le parecía imposible.
En una época en que las mujeres se veían obligadas a renunciar al amor para asegurarse un porvenir, Rebeca lucha por mantener vivo el sueño de algún día poder estar con el hombre que ama. La joven está consciente del peligro que correrían al permitirse vivir el amor y la pasión que los consume pero ya está harta de seguir todas las reglas, está cansada de hacer siempre lo correcto, decide que es momento de sucumbir ante la tentación.

No se queden con las ganas y descubran lo sucedido en mi novela Sentimientos Varados de venta en www.smashwords.com 

Sentimientos Varados



Rebeca es una joven londinense en el siglo XVIII a la que nunca se le dio la oportunidad de decidir su futuro. Es obligada a contraer matrimonio con el mejor amigo de su padre y dejar su hogar para vivir en una colonia inglesa en una isla en medio del Atlántico. Resignada a su nueva vida como esposa del gobernador, se esfuerza por aprender a amar al hombre que siempre la trató con cariño y respeto.
Guillaume es un joven francés, artista, aventurero y apasionado que vive sin restricciones guiado por sus impulsos. Cuando decidió embarcarse hacia América nunca imaginó que encontraría al amor de su vida en el trayecto y mucho menos que sería la esposa de otro hombre, el más poderoso de toda una isla.
¿Podrá sobrevivir su amor en un mar de dificultades? Averígualo adquiriendo esta novela en smashwords.com 

El regreso del destino



Una joven mujer realiza un viaje a Europa para descansar de su vida cotidiana y alejarse del estrés. Sin deseos de conocer a nadie ni involucrarse sentimentalmente, se encuentra con un hombre misterioso que no acepta un no como respuesta. Lo más desconcertante es la extraña conexión que parece existir entre los sueños recurrentes que la han atormentado desde niña y ese hombre.

Contra su buen juicio, la protagonista emprende entonces un intrigante y mágico recorrido hacia la verdad en compañía de aquel extraño que le inspira temor y odio, al mismo tiempo que se enamora perdidamente de él.

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